Cartas | La libertad de escribir | Juancho José Barreto González

 

Trato de hacer lo que dicen mis manos. Ellas aprendieron a hacer cosas sin que yo las mandara. Al igual que yo, mis manos tratan de ser libres. Desde joven aprendí a escribir con mis manos libres. El primer espacio de opinión se llamaba «Orijinal», «con jota tal como lo escribía Simón Rodríguez». Tal como mi madre Perpetua, Simón Rodríguez también es mi maestro, así como lo fueron en la universidad, Víctor Bravo o Isidoro Requena entre muchos otros. Debo decirte, hay maestros vivientes en sus libros, de ellos aprendí a escribir.

Las manos libres me enseñaron a lo que debo llamar «soberanía personal». Saliendo de la infancia, entre los once y doce años, llevado de la mano de uno de mis hermanos, comencé a participar en una «célula» del Partido de la Revolución Venezolana (PRV). Ya esto lo he dicho en muchas partes pero debo subrayar, aquí con estos rebeldes con causa, aprendí a estudiar la realidad de un país desmembrado por los cuatro costados.

Este oficio de escribir, y sobre todo, de vivir en libertad, no es un oficio para hacer política como si esta fuese una profesión. Este oficio, menos, no es para convencer a nadie. Este oficio es para caminar con las palabras como brújula orientadora aún en medio de las tormentas, particularmente las personales.

Algunas palabras las llevo en el bolsillo del Corazón. «Nada podemos hacer sin las palabras». Comenzaba una conferencia con unos estudiantes universitarios y sus profesores hablando de la semejanza entre la palabra Graifú y la palabra Gracias. La palabra Graifú quizá sea una palabra perdida, desviada al olvido y la palabra Gracias sigue siendo una de las más sutiles y hermosas de nuestra lengua, esa que usamos todos los días cuando hablamos. «Esta semana santa quise comerme un dulce de Graifú o de Martinica pero ya nadie los hace en este pueblo, tal vez la señora Graciela allá en el suyo lo siga haciendo». Aquí la conexión, Graciela en una señora con Gracia.

En esta carta quiero hacerlo, darles las gracias, tanto por ser carteros y lectores. «Abran estas cartas y repartan con gracia mi agradecimiento». Debemos ser agradecidos por lo que nos gusta hacer.

«Les pido que me dejen ser un poquito lo que soy». Alguna vez, después de escribirlos, estos versos se me metieron en el corazón. Trato de hablarles con franqueza sin ningún temor, buscando las maneras adecuadas de acercarnos sin obligaciones inútiles.

Digo las cosas a viva voz, las escribo a manos libres, no tengo enemigos y creo en la creatura humana como la invención más importante de los dioses que han pasado por la tierra dejándonos sus inventos.  «Gracias» por existir, aquí seguiremos dándoles vueltas a la idea de vivir en una casa libre.

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