Juancho José Barreto González /proyectoclaselibre@gmail.com
Nuestra propuesta es hermenéutica. Tratar de comprender comprendiéndonos. La subdimensión de la comunicación permite que “el tiempo del mensaje sea veloz”. Dentro de la cultura satelital, virtualidad y realidad coinciden.
Me explico. Es tanta la velocidad del mensaje que este llega primero y se impone porque está concebido a predecir la respuesta del lector. Esto trae una segunda consecuencia. Este mensaje rápidamente percibido, porque, entre otras cosas, está hecho “para gustarme”, me atrapa y al instante, casi o medio leído, lo reenvío para “demostrar” que soy un lector audaz y al día. Una de sus direcciones, el lector no elije, percibe a su gusto y reenvía. Por tal razón, las redes están llenas de reenvíos. Este es el criterio que sostuvimos en la carta anterior, “Teatro”.
En este aspecto, las redes exigen “una respuesta inmediata”, son positivistas, te obligan a emitir una respuesta. Bajo esta presión, justo allí, desaparece el proceso de lectura, entendido como el momento necesario para saber de lo leído y comprender el mensaje. Todo esto está sustituido por un automatismo. El del placer de recibir y poner en comunicación sólo aquello que me gusta de entrada. Este automatismo momentáneo, para hacerse posible, elimina “el proceso lento de la lectura”, atrapado en el rancio modelo de “time is money”. Por eso es, sí mi querida lectora o lector, cada vez son más cortos. Una conferencia de 45 minutos resulta irrisible ante un video ultra rápido de 15 segundos. Para la cultura humana es imposible decir una conferencia en 15 segundos, entonces, en el ultra rápido movimiento impuesto, que se muera el conferencista.
La lectura, la conversa, la conferencia, la música, la serenidad humana y la sabiduría, “necesitan tiempo para manifestarse”. Una idea estomacal. Debemos tomarnos el tiempo y digerir las cosas. Quizá por tal argumento, competencia y contemplación no puedan darse de la mano en una civilización que le gusta las altas velocidades cada vez más. Entonces, el tiempo del corazón se acelera, como en el orgasmo, sin darle tiempo a las neuronas para meditar los mensajes de la sangre cultural. Aunque puede seguir intentando Aníbal hacer el amor con Penélope escuchando los diálogos de la Divina Comedia. La vida es un intento, capaz de echar raíces de permanencia en el tiempo.
El filósofo Facundo insistió mucho en que “estamos distraídos”. Así la vida se llenó de cosas por resolver de manera rápida e inmediata. Lo único seguro de conseguir en este apuro es la muerte del espíritu. Mira de qué hablamos cuando hablamos y cuáles cosas nos rodean. Una red invisible de acero nos estrangula. No es un escudo protector, nos hemos ido desarmando y entregando plácidamente al juego de las ilusiones.
Es plausible, casi que obligatorio, los espacios de la lenta comprensión. Alguna vez lo aprendí con los Sánemas, en una reunión en la Universidad del Tauca, entre el río Caura y el Caroní. “Aquí tenemos que hablar un poquito todos. Hasta que todos no hablemos no dejaremos de hablar”. Entonces, cada quien regresaba a su aldea de agua y de bosque. Dentro de un año volverían a reunirse. Todo estaba claro, cada uno sabía que hacer hasta la siguiente reunión.
No quiero ser trágico. Pero a la sabiduría humana se la está tragando la imbecilidad cotidiana de la red púbica virtual. El ministerio de la sabiduría deberá decretar sembrar café y cebada para que “cuando haya cosecha la comprensión levante tazas y copas de manera triunfal”.