Cartas | La fábrica de los sueños  Por: Juancho José Barreto González

 

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Escribo estas cartas usualmente los martes. El Diario Los Andes la publica los viernes. Mañana es 1ro de mayo, día del trabajador, es decir, del que, de quien trabaja.

He pensado mucho en la difunta Virginia, una mujer genial. Manejaba moto. Llegaba muy temprano a su lugar de trabajo, el famoso cuarto piso de Carmona donde funciona el Centro de Investigaciones “Mario Briceño Iragorry”. Era elegante, alegre, bonita, buena gente, afable y amable. Murió en un accidente con su moto, metros más arriba de donde trabajaba. Siempre estaba allí, atenta a lo que hacíamos, ayudando entusiasmada. Virginia era Virginia, una flor humana. Virginia trabajaba en la fábrica del espíritu

Viene desde su ciudad monacal a su colonia predilecta. Viene a honrar a sus trabajadores… Alguien escucha el nombre de Virginia. Le van a entregar un reconocimiento. La mañana misma siente vergüenza menos los diseñadores de los elegantes trajes invisibles del antiguo rey. Por supuesto, debo recomendarles a mis lectores el magnífico cuento “El traje nuevo del emperador” de Hans Christian Andersen. Estos, los estafadores, son trabajadores de “máquinas vacías”.

A mis amigos zapateros les he propuesto, también a los caminantes, construir una fábrica de zapatos. Estos zapatos, al calzarlos, se convierten de manera mágica en “proyectos de caminos. Esto es como decir, el anuncio de los caminos”. Si hablamos de horizonte, es posible que estemos en el umbral. Seguiré insistiendo en este proyecto.

En la sala del disimulo se diseñan de manera permanente la fábrica de los idiotas. Son unas maquinitas especiales construidas por “obreros cibernéticos” capaces de “meter información por cualquier poro humano o neurona posible”.

Opongo a la fábrica anterior, la mesita de noche.

La mesita de noche es el lugar donde están los libros reales e imaginarios que nos hablan de la vida. El libro es un ferviente instrumento para la liberación para no estar tan solo en el país de la soledad. Hablamos de libros, es decir, personas que saben y nos hablan de los mundos del mundo. En el lugar de la noche reciente encuentro estas palabras finales. “La soledad tiende a confundirse con el silencio. No es lo mismo ni es igual. Para variar, hay distintos tipos de soledades y de silencios. “Ella, caminaba solitaria por las bulliciosas calles de ese país solo”. “Él, por su parte, en medio del silencio, escuchaba las palabras del laberinto día”. “Otros, los de la habitación de al lado, dormían para calmar el ruido del hambre y de tantos sustos acumulados”.

Cada uno de nosotros tiene en su haber este tipo de historias. Esta vez quiero escribir sobre su importancia, su validez espiritual. Más bien, reflexionar. A veces parecemos taciturnos, la luz amarilla de la tarde nos hace ver más allá de los demás colores. Al sol no le ha ido bien con el mañana y tal vez en la noche milenaria encuentre el silencio sabio de la sonrisa para sacarse, soportando el dolor de los dolores, todas las espinas de los caminos andados.

Aquí me detengo, en plena soledad, para revisar las palabras y definir el silencio. Silencio y soledad se miran, sonríen”.

Es la fuerza perviviente de Virginia la que la mantiene viva. No necesitamos patrones de ningún tipo. En la fábrica de los sueños, grandes, chicos y medianos tienen un lugar especial, nadie nos va a ofrecer un cupo, no hay carteles, ni anuncios, ni honores, ni pasapalos.

 

 

 

 

 

 

 

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