Usted es un libro que puedes leer en silencio. A este mundo bullicioso le hace falta silencio. No el silencio cómplice del bullicio o del aspaviento, del traqueteo del apocalipsis civilizatorio, sino aquél, el facultado por Usted mismo para leer sus propias páginas.
Después de todo eso, vamos a la casa de los lenguajes y nos tatuamos el espíritu con las palabras más amables, aquellas las desposeídas por los fariseos de todos los siglos. Vivo así mi propia inercia en la búsqueda y de repente, hago un trato para comunicarme con los de cerca y con los de lejos, una doble situación comunicativa que forma parte de mi libro en la escritura, en el habla, en el dolor y en la mesa donde me sirvo las dos comidas que me alimentan. Entonces, me doy cuenta que a las palabras más queridas, algunas veces, le quito espacio para darle paso al ruido este, perturbador de los bienes raíces de mi corazón. Así se daña el cuaderno de las flores y de la infancia y nos volvemos insolentes contra nosotros mismos.
El pasado no debe ser una esfinge fría y solitaria cagada por los “pájaros” plumíferos y bípedos que creen saberlo todo con sus inventos cada vez más útiles para retirarnos de la vida y acercarnos a un globo virtual sin tiempo y espacio real.
Reunirse a leer en un lugar con un grupo es como hacer una antigua fiesta. Esta sala de interpretación es básica y se complementa con la comunidad de interpretantes capaces de, tal como lo sugiere el nombre, interpretar el mundo. Frente al libre flujo de la información, vertiginosa e hiperespacial que se nos mete a través de los poros neuronales de nuestro cuerpo, resonadores de estupendas casas tecnológicas capaces de monitorear lo distante sin observar los latidos vecinales de la cercanía.
Por esto, habitamos el espacio, lo ocupo y me inquieto por “los hombres de las palabras calculadas y de los gestos discretos” (como dice Briceño Iragorry en “La deuda de las generaciones”) que nos roban la conciencia y los sueños y televisan la revolución como un exquisito producto de su empresa privada de comunicar imponiendo los miedos como si fuésemos ovejas descarriadas que necesitamos la seguridad de ese poder que se aclama dueño del espacio que ocupo y de mi casa interior. Han creado una casa tecnológica para producir ruido, para aturdirnos.
Decidimos entonces bajarle volumen al asunto e ir más despacio para “tener tiempo para la comprensión y luego saber explicarnos lo que nos está pasando” y poder reorganizar nuestro caos.
Podemos preguntarnos, no sé si es un derecho o un deber, ambas cosas o ninguna de ellas, cómo hasta ahora nos hemos asociado para vivir, aquí y allá, cerca o lejos, subsistir y organizar nuestra vida y hablar de lo que nos pasa por el cuerpo y por la mente, es decir nuestras experiencias reales e imaginarias. La menor o mayor capacidad de hacerlo es lo que aquí hemos escrito como “biografía hermenéutica”. Momentos en la capacidad de “cerrar por inventario”, mirar de espacio los espacios habitados real e imaginariamente y decir “en el pecho de un pájaro amarillo/ me sigo llamando Juan”.
Usted es un libro que puede leerse en silencio. A este mundo bullicioso le hace falta silencio. No el silencio cómplice del bullicio o del aspaviento, del traqueteo del apocalipsis civilizatorio, sino aquél, el facultado por Usted mismo para leer sus propias páginas.
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