Cartas | La biografía hermenéutica (III) | Por: Juancho José Barreto González

 

Un amigo, al hacer un breve y sustancioso comentario, nos recuerda que la palabra reflexión proviene de “la voz latina reflexio, que significa sacar a la luz”. En resumen, sería como un hacer para que la luz se haga sobre las cosas pensadas. El pensamiento es una hacer, implica una acción donde nos involucramos como “hacedores de ideas a través de los lenguajes”. La súmula de todos estos lenguajes comportaría la reunión inabarcable de la cultura humana, el territorio simbólico o la membrana semiótica donde nos movemos como potencia mental y espiritual creadora. Reducir esta potencia implica, siguiendo la conseja del amigo reflexivo, devolver a la oscuridad, ya no a la luz, cuestión que permite, sin duda alguna, nos dominen “más por la ignorancia que por la fuerza”.

Pensar desde un lugar sería, de esta manera, habitar un lugar, así como habitamos “nuestro cuerpo”. Desde este lugar corporal damos nombres y aprendemos nombres. Ponemos y quitamos nombres, comunes y propios. Ampliamos e inventamos, sustituimos o borramos tal cual como un niño “afincado en su

cuaderno de planas”. Dentro de todas estas posibilidades de pensar y poner o quitar nombres, me inclino por aquella de “pensar otro mundo porque este está, como diría mi padre respecto al cielo, mal entantarabillado”: “un mundo sin propiedad privada, donde se ignoren las palabras de tuyo y mío”, o una especie de ética y estética de la vida soñada. Pudiese agregar acá que el pensamiento, a manera de sacarlo a la luz, no es ni tuyo ni mío, sino un río atormentado que trata de limpiar las cosas arrasándolas para llevárselas a otro lugar que no está aquí sino en un mejor lugar. Esta última cuestión sería su diferencia con la creencia, encantada ella con las cosas “estables de un aparato salvacional”. La creencia, que es como decir la ideología, justifica las cosas o las coloca en un lugar de segura espera. Tal cual funciona la promesa, Sacar a la luz, en cambio, rebusca en la oscuridad de la cueva epistémica para que un pensamiento sea capaz de, primero, explicarlas; segundo, modelizarlas para saber cómo funcionan y, finalmente, cómo mueven y dinamizan el mundo.

La biografía hermenéutica deberá generar la capacidad de explicarme y decirme a mí mismo esta travesía por la vida ligada con la vida o las vidas de otros a través de un sistema de relaciones más o menos sujeto en un proceso de ligamiento que puede llamarse vida contada, relatada o representada desde una cultura y sus variantes textuales, escriturales, orales, sentimentales y satelitales. La vida es una biblioteca a veces mal leída, mal entendida y violentada.

En esta biografía hay una bibliografía hermenéutica, aparecen en juego, asomadas cerca de las siete de la noche, las palabras Libro y Libre. Entonces, un benigno poeta, como todos los poetas, nos hace llegar las palabras de Sergio Pitol: “La palabra libro está muy cerca a la palabra libre. Sólo la letra final las distancia. No sé si ambos vocablos vienen del latín liber (libro), pero lo cierto es que se complementan perfectamente; el libro es uno de los instrumentos creados por el hombre para hacernos libres. Libres de la ignorancia, libres también de los demonios, del tedio, la trivialidad, de la pequeñez…”

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