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Miro a los alrededores del mundo, de la casa planetaria escindida, permanentemente conflictuada. Debemos aprender a mirar y a tocar, no ya a la manera escolar donde se nos prohibía hacer las dos cosas al mismo tiempo. Entender que todo está cerca, han desaparecido las distancias. Miro y la única amenaza que veo es la amenaza humana.
En esta condición de mirarnos y tocarnos no debe quedar por fuera lo malo que hemos sido con nosotros mismos y la habitación que ocupamos. Nada ni nadie puede servir de excusa para no reconocer la preponderancia del poder humano para la maldad. “Hay gente que se cree más que otra y nos llenamos de corotos e instrumentos para la dominación y el control de los demás”. Le invito a revisar los esquemas de la maldad o la “maldad pura” que hemos desarrollado los humanos a través del proceso civilizatorio para luego “fingir que somos buenos”. La historia de la humanidad es la historia de la maldad.
Así las cosas. Ha dejado de ser un instrumento encubierto, ahora tiene una enorme capacidad de manifestarse como instrumento “justo”. El estado nacional justificaba constitucionalmente la violencia contra aquellos que osen violentarla. Ahora, un estado cibernético de alta potencia global ha logrado justificar cualquier operación de sus miembros contra grupos y pueblos que intentan sobrevivir en esta humanidad desintegradora de la humanidad, que intentan, sobreviviendo al hecho, demostrar que sólo la lucha por una sociedad que recupere las relaciones justas es la ruta integradora de la humanidad buena. Se plantea entonces el reto de la cultura de la convivencia como una cultura de lo justo verdadero. Debemos estremecer nuestras fibras humanas, zarandearnos las conciencias, de lo contrario haremos todos los saltos apocalípticos hacia la pura maldad. “La tierra es una gran pantalla de última generación donde se proyecta el mal como cultura dominante mostrándose como incorregible”. La universalidad de los modos del mal se combina morbosamente con la predominancia de un capitalismo aberrante que ha inventado sus técnicas en la escuela de los tiempos.
Día a día hay que configurar respuestas vividas para enfrentar esta universalidad de los modos del mal. Uno de mis maestros me hace señas. Quiero decirte algo afirma Domingo Miliani. Escuchemos: “Si el grado de prostitución colectiva ha minado todas las esferas de la actividad humana, si los más aguzados observadores de las sociedades actuales coinciden en estimarlas como sociedades enfermas, mortalmente afectadas en su estructura humana, entonces todo diagnóstico deberá partir de observar con detenimiento hasta la detectación de los síntomas de tal enfermedad en los casos concretos de las culturas nacionales, porque esas dolencias no responden a los mismos factores en todos los casos. Si hay en el mundo moderno una especie de angustioso proceso de cuestionamiento general de las escalas de valores, a los que no escapan las sociedades socialistas, es porque el hombre se enfrenta a uno de los más rotundos fracasos históricos de la especie. Y dentro de tales fracasos, el de la cultura es todavía más dramático, por cuanto los mismos agudos cuestionadores críticos coinciden en atribuir a la cultura el papel salvador por excelencia, el papel protagónico de fijar controles claros, por vía de un nuevo humanismo, al desenfreno amoral que mina las bases mismas de la especie en todo el territorio de la humanidad.” (“La cultura responsabilidad colectiva”, p.p. 26-7, en Pensar la cultura, Fundecem, Mérida, 2014).
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