Juancho José Barreto González
La vida política en este país está atrapada por la cultura del complot. La ilusión por el poder pasa por la urgente necesidad de derrocar a quien lo detenta como dueño del estado, de la cuadra o del establo, establecimiento. Y, al unísono, al mismo tiempo, quien está en el poder ilusiona su perennidad en este poder “por la buenas o por las malas”, reduciendo, degradando, desintegrando a quien osa enfrentársele.
Debe estudiarse con seriedad cómo “el odio al otro” se ha convertido en una mitológica estrategia que se populariza como costumbre de enfrentamiento entre “los seres en esa constante rueda de la bipolaridad”. Esta rueda en “su rodar” pretende aniquilar la convivencia, la pluralidad, el desacuerdo, la imparcialidad, el respeto mutuo. Crea mecanismos que en términos concretos se convierten en una gramática o cultura del complot donde se trata al otro oficial u opositor como alguien que no merece ser considerado como humano. Lo humano pierde su condición de relevancia y pasa a ser lo opuesto degradado. Y esa cosa degradada puede ser desechada, no tiene valor humano.
La cultura del complot en Venezuela ha convertido al otro en un desecho. Se vuelve tradición entonces una semiótica del otro como desechador si es destinador, dominador, conquistador, héroe dominante, frente a una semiótica del desechado que, paradójicamente, responde “con la misma medicina”. Este forcejeo constante, comunicacional, cotidiano, sensacional y popular concreta y materializa la mitológica estrategia del complot entre nosotros.
Si seguimos lo que hemos dicho cartas atrás, la cultura de la bullaranga se concatena de manera más o menos visible con la cultura del complot. Si le denominamos cultura es porque creemos ha desarrollado ciertos mecanismos de funcionamiento, tiene lógicas y leyes de sentido. Quiero llamar la atención sobre un elemento común en ambas esferas culturales: “El otro que se la cale. Pero el otro no se queda quieto, actúa desde sus posibilidades “para sonar más fuerte y ser el más visto y oído”. Y, por supuesto, tener más seguidores. Así, de tales maneras, la agresión cotidiana con pedigrí y sin él, le disputa terreno a la solidaridad entre personas, comunidades, empresas, gobiernos y “potencias”.
La mejor manera de no aceptar, de no calarse estas culturas es salirse de ellas confrontándolas culturalmente, es decir, desde la lengua del cuerpo y de la mente. Personal y colectivamente, dar pasos hacia un lugar fuera de esas dominancias, fuera del complot contra lo humano y la naturaleza toda.
“Desde hace siglos me he preguntado, aquí en la América primera, allá en la ardiente África o en la perseguida Europa pensante, en todas partes, donde llego a pensar sin enemigos empujándome a la eterna guerra contra la vida justa, es posible, me pregunto cada vez que pienso y existo y hago de mi condición humana una posibilidad, me pregunto, he de poder construir un lugar digno de mi aspiración a ser humano diverso, creativo e inquieto. Vuelve aparecer la frase aquella: La conciencia tranquila es una invención del demonio”.
Entretejo ideas para hilar un pensamiento libre de temores comunes. La comunicación diaria y vertiginosa de los vacíos y de las costumbres del bullicio y del complot en sus terribles y variadas combinaciones de discursos salvatorios y demagógicos nos debe conducir a su justa interpretación y comprenderla como, por un lado, mecanismos de escape, de huida de lo trascendente y, por otro lado, como sistema superable ideológico de lo agresivo represivo que expresa miedo al otro y su libertad.