Cartas | Esto es lo que tengo |  Por: Juancho José Barreto González

Juancho José Barreto González / proyectoclaselibre@gmail.com

Hay amenaza de lluvia a pesar del incesante calor. Acomodo la trenza de mi maletín en el hombro izquierdo y reviso la cartera. La parada está solitaria. Al montarme a la buseta le digo al conductor “esto es lo que tengo”. Como cosa extraña “lleva” música a bajo volumen. Al rato la frase dicha, “esto es lo que tengo” comienza a dar vueltas en mi mente. Su oponente binario, “esto es lo que no tengo” sobrevuela la interrogante. Tener o no tener, he ahí el dilema.

Me tengo a mí mismo. Miro a las nubes en su juego preparatorio. Volteo a la izquierda y, casi en segundos, a la derecha. Re-que-te-seco diría mi abuela. El mundo ha consumido su humedad, se ha vuelto delicuescente, se está derritiendo a sí mismo. Se quema, se funde.

Tarareo sin saber la canción, no escucho bien la letra, pero, conozco su música. Me tengo a mí mismo y hago un registro relámpago de la data espiritual. Dos oraciones sobresalen. “No perdamos la última serenidad” y “la alegría no debe perderse ante el dolor”.  Todavía falta como dos kilómetros. El verbo “perder” se repite, “no perder”, “no debe perderse”. Una negación que afirma una doble disposición. Me tengo a mí mismo y no debo perderme, quedar sin brújula, un cuerpo imbécil de sí.

Así podría entenderse que la vida es la historia de la búsqueda de la vida, su negación, más bien, su alienación o entrega a “las fuerzas superiores” o su afirmación hacia el horizonte, el vivir luchando por el vivir humano, creativo, doblemente humanízate, solidario, emotivo en la doble disposición, valorando más allá aun habiendo perdido. Se completa la reflexión, me tengo a mí mismo, he perdido, me han derrotado, pero no me comporto como una víctima de la derrota.

 La cultura del triunfo se ha vuelto un prejuicio asociado al ego de los ganadores. Se encubre como el espionaje. Espía al perdedor del futuro para derrotarlo dos veces y expulsarlo del horizonte y colocarlo “fuera de la competencia”.

Esto es lo que tengo y al tenerme a mí mismo, no pierdo ni gano. Observo el paisaje y meto mis manos en los sueños. Coloco cuidadosamente la semilla en la tierra reseca, el lenguaje abona el pensamiento. La próxima parada sigue allí esperando, habrá lluvia, se humedecerá la noche.

Les dejo por acá un extracto, del final del libro Espero, igual espero (2020): “Cuando los dioses de lo superficial invadieron estas playas, comenzó a propagarse una extraña endemia que empequeñecía la mirada.

Aquella advertencia antigua de nuestros creadores mayas, escrita en las páginas del libro “que ya no se ve” se traduce hoy en la capacidad de lo vedado. El miedo a mirar lo interior, la imposibilidad de navegar libremente por esos ríos secretos de cada quien, ha sido cubierto por rutas superficiales cuya variedad de tarifas permite el acceso virtual hasta cierto límite. Formas, fórmulas y formatos quedan patentados en la misericordia del mercado de los ojos. Allí puede usted adquirir todo tipo de accesorios artificiales. El “ver para creer” es la traducción multifacética de un “ser para ver”. Así la gruta externa logra organizar la mirada. Lo que ya no se ve deja de existir. La mirada “Dinira” de nuestros indios expertos en navegaciones superiores se pierde en la maleza artificial del paisaje industrial. La percepción de las grutas exteriores desplaza paulatinamente la mirada de lo que no se ve a simple vista. Aprendemos a navegar en la superficie y, para hacerlo en las profundidades del agua inventamos los buzos y los submarinos. Y, para llegar a la luna, inventamos un “cohete”. El impulso antropológico predominante en la cultura industrial es un ataque para dominar a la naturaleza y controlar al hombre sumiso a tal artificialidad.”

 

 

 

 

 

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