Juancho José Barreto González
Tullidos. No es la condición de ir reduciendo mi cuerpo la que me preocupa. Es la imagen. Se mete por todos mis poros y los va cerrando para que no entre ni salga nada, es llegar al estado final de la reducción, lo sabes y no hay nada por hacer.
Comenzó una mañana como una apretazón, un encogimiento indeleble en mis ojos, o, mejor dicho, en la pupila. Entraba a una habitación, por ejemplo, y sentía súbitamente a la luz abandonar el lugar. Un rayo de sombra sorprendía mi laberinto.
Muchos días después comprendí el fenómeno estudiando en mi laboratorio de formas. El retiro de la luz, así podría llamarse.
Al retirarse la luz, al irse de mis pupilas, cada centímetro abandonado se iba entregando a un estado estancado. No olvidemos que el fenómeno es una pura imagen del abandono, de lo ido. El espacio que ocupaba mis ojos se iba reduciendo como cuando uno está leyendo una página y un punto oscuro comienza a invadirla en forma de círculo, no de espiral.
Ni siquiera tenía una linterna para alumbrar la oscuridad. El círculo crecía cada vez más hasta que comenzó a ser insensible el borde de las cosas.
En esa historia quedé suspendido, sabía que estaba allí pero ya no podía encontrarme a mí mismo, mis manos desaparecían disueltas.
Cada vez el rayo de sombra aparecía con más fuerza.
¡Este…!
No recordaba cuál era la palabra que había guardado en el maletín. La debía usar para comenzar su clase en la universidad. Ya se había convertido en un atractivo ejercicio de memoria.
El traqueteo del autobús no lo distraía lo suficiente, tampoco esa raya insistiendo en partir la carretera en dos. Había desarrollado algunas técnicas de sobrevivencia, por ejemplo, pagaba el pasaje antes de bajarse. Ya le había ocurrido que pagaba dos veces puesto que olvidaba… Así con las llaves, el teléfono, el nombre de las personas más cercanas o menos lejanas.
Era algo divertido el asunto de esperar si recordaba algo. Sabía, así lo sentía, usaba esa palabra en condiciones especiales para expresar un sentimiento único, escurridizo, también especial.
Sabía todo eso y la palabra llegaba a la punta de la lengua y se distraía mirando a la raya que partía a la carretera en dos. Pero bueno qué te pasa chico se discriminaba mientras el traqueteo cambiaba para una de las ruedas traseras…
Método
La gente del barrio montó una fábrica de bombas sónicas. Consistía en pequeños petardos que de manera incesante reventaban cerca de los oídos de quienes pasábamos por el callejón del ruido.
No valía colocarse tapones, tales petardos estaban confeccionados por pequeños genios de la bulla. Unos habían finalizados los tres cursos básicos mientras los más agudos avanzaron a niveles superiores de formación decibelística.
*El primer nivel lograba perfeccionar el método de bulla a toda hora.
*El segundo nivel habría las posibilidades de producir esquizofrenia en el oyente.
*El tercer nivel permitía saber cómo atacar ciertas zonas cerebrales.
De esta manera nos dábamos cuenta que no era tan básico, pero considerablemente estridente.
El nivel superior permitía investigar, desde fuentes originales, cómo acceder al momentun de la exasperación produciendo un placer que rompía todas las barreras de la cordura.
*proyectoclaselibre@gmail.com
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