Cartas | Entre el ser, la casa y el mundo | Por: Juancho José Barreto González

 

Al escribir cada carta me imagino a quien la lee. Un ser humano a quien me acerco con estas palabras. Salen de mis manos libres como un compromiso para el diálogo silencioso, imaginario, posible, igualmente libre. Existen muchas palabras buenas, dignas, elevadas. Palabras que, por sí solas, vuelan, revolotean y en cada aletear, cada vez que las oímos o decimos, tocan nuestra fibra cultural.

En el título de esta carta se asocian tres grandes palabras, complicadas, tenues, voluptuosas, conflictivas. La idea es que fluyan en la página, en los ojos y oídos del espíritu para interrogarnos desde ellas, para apropiarnos de ellas y pertenecer en correspondencia con el significado que le damos a solas o combinadas.

Son tres lugares que ocupamos y le damos sentido. El lugar del ser se configura como la casa interior. El lugar de la casa como la habitación compartida. El lugar del mundo, la casa en disputa, atrofiada. Es posible que el mundo atrofiado, en disputa, por hacerse dominante, por ser mundo en disputa, mundo, al fin y al cabo, afecte al ser y a la casa habitada del ser.

La sala casera es el encuentro del ser y el mundo en esa casa. Es el lugar apropiado para la reunión donde sólo se acepta el gobierno de la reflexión, no de ningún poder. Si esta sala está regida por un método previo o una condición de poder o de gobierno de clase o casta, no es sala de reunión, es otra cosa. La sala casera es el punto donde convergen culturalmente el ser y el mundo para acercarse y convivir. Es el lugar apropiado para salirse de los esquemas de guerra entre nosotros, sea cual sea, de las dimensiones que sea.

Las condiciones de la sala casera se problematizan cuando cada quien anda por su lado y cada lado quiere imponer sus conceptos, sus valores, sus creencias. Lo ideal sería la capacidad de comunicación entre las distintas visiones y modos de ser, de hacer y perecer.

La sala casera no puede adolecer de formas de interpretación de los discursos del ser en el mundo, es decir, las culturas e implica la preparación de un gobierno propio de la casa.

Empiece por Usted y su casa interior, revise sus mapas espirituales. Elimine las fronteras innecesarias y pula constantemente el museo de su memoria. A diario debemos darle vueltas al lugar de la casa como la habitación compartida, cerrando un poco cada vez el abuso de los discursos exteriores que quieren apropiarse de nuestras viejas brújulas.

Si soy libre, me digo y digo. Las casas poderosas se creen con el derecho humano o divino de apoderarse de nosotros. Quien los autoriza para hacer estragos en el mundo y en nuestra vida misma somos nosotros mismos. El gobierno de la casa que reflexiona es la capacidad cultural de apropiarse de la casa para el convivir en el caserío humano.

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