Cartas | Elemental mi querida Universidad (I) | Por: Juancho José Barreto González

 

Buscar nuevos nombres y celebrar el renacimiento de la predicación de un pensamiento amnésico, capacidad para recordar. Rememorativo, creativo, sensible. Unidad y diversidad, logos que crece. Apolo y Dionisio. Ariel y Calibán… A mis maestros y mis estudiantes, los lados de muchos lados. A quienes aquí y allá, desperezan las interrogantes para volverse respuesta. A los que supieron correr el telón para que participara la pregunta ¿Cuál universidad y sociedad? No somos leguleyos, tampoco toleramos la miseria humana. Los derechos humanos son atribuciones individuales y colectivas. Tenemos derecho a defendernos ante la agresión a la autonomía universitaria.

Lorenzo, el viejo jardinero es un buen hombre. Él, como muchos otros seres, también piensa. La verdadera universidad, aún sin plata, es la que piensa y sabe cuidar la vida. Aprendimos a hablar desde las cosas más sencillas para romper la incomunicación e inventar formas de comunicación para reabrir el diálogo del alma ancestral andina frente al colapso de la razón política incapaz de escuchar y comprender formas de diálogo de la sabiduría popular. También aprendimos a asumir ciertas luchas en la más íntima soledad y a, entender cuando es obligatorio no andar solos porque es imposible separarse de una causa colectiva. El conflicto entre una élite condujo al país, mejor dicho, a la sociedad, a una presión cotidiana donde pensar está demás. No vale la idea sino en el lado en que estás o te colocan. La lealtad a uno u otro lado adquirió una fuerza súbita, extravagante.

La tarea de dividir se evidencia a cada paso, su medida es un termómetro roto por presiones de fanáticos que se jactan de ser libres y rebeldes. Cuando la vida en común está en crisis, en la universidad y en el pueblo, lo mejor es levantar de nuevo la casa entre los que quieran hacerlo. Los planes para tal levantamiento no pueden ser discutidos debajo de la mesa o por oficinas de expertos salvadores.

Se requiere escuchar y comprender formas de diálogo donde la reflexión pueda más que el poder de los grupos expertos en dividir para reinar. Las hectáreas de terreno y de edificios de la universidad no les pertenecen a las autoridades. Menos aún, tampoco le pertenecemos quienes hacemos vida en esos espacios. Pero, se apropiaron de la ULA para convertirla en fusil y botín a la usanza de antiguos conquistadores.

Hoy, como la maleza metida en los salones de clase, se evidencia la mala voluntad de quienes ya no encuentran que hacer para manipularnos. La casa universitaria la reconstruiremos entre los que queramos hacerlo. Tenemos buenos obreros de albañilería, magníficos estudiantes creativos, bastantes egresados con intensión sana de recuperar vínculos para despejar malezas, mujeres y hombres, empleados dispuestos a revalorizar actitudes, profesoras y profesores dispuestos a mantener la mirada crítica.

La universidad no es una empresa, tampoco una finca. Menos un templo donde se profesa una fe de lo absoluto. La casa universitaria donde uno vive debe ser reconstruida por nuestras propias manos.

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