Cartas | El último viaje | Por: Juancho Barreto González

 

Juancho José Barreto González

Claselibre2025@gmail.com

 

“En polvo te convertirás”. Tierra en un matero especial, ceniza bendita de la incineración. Así se queda con su última risa física retratada en el polvo con un carboncillo especial. Viene del numen de bucare y de café, con cielo y montaña juntos. Volverás a nacer sembrando tu semilla de tierra y polvo. “Ya el bastón se convertirá en sombrerito para manejar, sombrerito volante y camino, sombrerito correlón de los caminos de la infancia, infancia del sombrero protector y de la maestra palabra, tiza y devoción-“

Hoy es el quinto día de su fallecimiento. Gilberto Enrique Barreto González. Me dice que vea si el autobús baja por la lengüeta. Que nombre bien puesto, en forma de lengua la carretera se convierte en una “V” acostada. Allí se sentaron hace tiempo unas piedras grandes, inmensas. “Cuando nos encaramábamos en las piedras crecíamos en un tiempo súbito y alegre. Fuimos mayores y todavía se conservaba esa armonía para crecer más y no abandonarnos al tiempo desecho por las contiendas inhumanas”. El momento de la infancia se extiende, revolotea, se acomoda y desacomoda, vibra como la cigarra en el tedio del mediodía para fugarse a las nubes a jugar con las tijeretas.  “Por ciertas y determinadas cosas” comenta nuestro padre, y las circunstancia nos llevan a todos los lados de la vida. Subimos y nos topamos con las estrellas, rebosantes de luz nos pensamos pequeños dioses celestes con la tierra en los pies. Desde este carro sin parabrisas se ve cielo y tierra. Los vecinos se asoman como en los cuadros de Josefa Sulbarán y dicen “allá va Gilberto con su sombrerito volante”.

Vale la pena montarse en este carro. Las ruedas son los pies correlones a todo terreno. Pasamos fueteaos por la escuela concentrada y todos los muchachos  empezaron con el alboroto del recreo jugando rayuela y la gallinita ciega que por ciega se enamoró de un gavilán que vive en el poema “Los círculos de JE”.

El turno de moler el maíz nos permitía congraciarnos con el fogón  y la danza del humo en el techo. Mi madre nos preguntaba si queríamos bebernos la lecha hervida de una vez o la dejábamos para después. Ocho, nueve o diez coronas de maíz eran suficientes para los comensales del día. Gilberto siempre ganaba, tenía mucha fuerza y así fue hasta que lo sorprendió la parca como diría Fredy Núñez. Cuando llega y nos lleva para otros lares, enseguida, como fuerza vital y seductora, la infancia comienza convocarnos a sus caminos. “Vamos felices a ella para no sentirnos trágicos del todo. La muerte es incapaz de llevar la infancia. Esta queda allí siempre esperándonos para agitarse como la hojarasca cuando pasamos volando por allí. “Esos aires que producen estos tipos de vuelos agitan los colores de la vida y dibujan los mejores momentos. Es un recuerdo defensivo para que la tristeza no nos trague como unos carajitos de la tristeza”.

La infancia, la poesía y la magia de la fábula de lo primitivo son instrumentos para en parte salvarse. Por supuesto, la conciencia nos ayuda a pensar el compromiso con la existencia, el lugar de la coexistencia y la coexistencia. No es un juego de palabras, es la velocidad de nuestros pasos, pasamos  y los caminos quedan revoloteando en la memoria. “Crucemos aquí, arriba, al lado de los lambedero están jugando los muchachos con el junco. Haremos figuras especiales para decir que somos artistas”.

 

 


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