Cartas | El teatro | Por: Juancho Barreto

 

Juancho José Barreto González

proyectoclaselibre@gmail.com

No invento nada, ojalá así fuera y me equivoque. Ojalá el teatro fuese bufo, vacío, invisible. Entonces, no lo sería. Ocupo una butaca de las tantas, uso los ojos para mirar bien. “Mire bien, tienes los ojos muy grandes”. “Y también la cabeza grande para pensar en caliente, pensar mirando y escribir con las manos”:

Todos los personajes, unos mejores que otros, siguen un guion muy simple, quizá como técnica especial, esencial, “hacer creer”. En la compañía de teatro de la casa doble existe también la competencia mutua por reproducir a la enésima potencia “una imagen repulsiva del otro, aunque con cierto travestismo, Resulta un teatro social ventrílocuo, el personaje se desdobla en personaje y así sucesivamente. El teatro así concebido se convirtió en un teatro de operaciones con voces fuertes en cada escena. Un teatro que arrastra a la sociedad para humillarla y hacerle ver lo que es. Máscara y realidad.

Los bufones hacen reír, distraen con sus chistes. Cada bufón personaje tiene su turno en cada escena para mencionarse o mencionar al bufón malo. Saben de tácticas, pero no de estrategias, es decir, son incapaces de luchar contra las fuerzas superiores que le dominan. Ríete se escucha como orden, imperativa voz ordenadora. Me escabullo entre las butacas, subo unas escalerillas detrás del escenario. Deletreo una palabra luminosa, re-en-via-do.

El escritor ambidiestro de la obra no muestra su nombre. Los enviados divinos o plenipotenciarios son sustituidos a velocidad de la luz por reenviados veloces. “La torre de Babel se va llenando de este tipo de mensajes, sin carne y sin deseos. Esqueletos verbales que tienen un sinfín de fines. Ríete, se escucha otra vez la orden. El bufón, en el video del instante, hace muecas extrañas por algunos segundos y de inmediato aparece un segundo mensaje, el verdadero, la distorsión, lo real pretendido.

Vamos anotando, para eso se inventó la escritura cuando se inventó. Nuestro cuaderno portátil está lleno de reflexiones y nuevas preguntas. Escribir, reflexionar y volver a preguntar. Mirar y anotar, escuchar ahora con las manos. “Mis manos se parecen a todas las manos”.

Increpo y desafío a los lectores, este es mi papel fuera de todas las escenas. “Ahora la cosiata” en su segunda parte se desarrolla en el teatrino de la casa doble. “Ya Pablo Morillo, en una mañana madrileña, prepara la reconquista de Venezuela”. Aplicará con más fuerzas las técnicas de Monteverde mientras Simón El Incógnito escribía en su tableta “no nos derrotaron las armas enemigas sino nuestra división interna”. Quizá no me haga comprender, hay mucho ruido entre personajes y público. Al margen del cuaderno anoto una frase que no olvido, “sin historia no hay memoria”.

De manera intermitente aparece en la pantalla el famoso reenviado. No cesa. He llegado a pensar que la gente no escribe, ni lee, sino reenvía, una especie de categoría de autor de segunda mano. Pedagógicamente preocupa. Henrry me comenta que lo mejor es volver al libro, visitar esos caserones solitarios llamados Bibliotecas, el lugar de los libros.

La nueva pregunta que hoy quiero dejar en este espacio, colgada como un cartelito de un árbol o del ápice de una ventana solitaria, es preguntarse sobre la relación entre la involución social, o la desintegración del sistema asociativo de la sociedad (no es redundante) con las formas en que estamos viendo este teatro donde se muestra la subsistencia del mensaje reenviado.

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