Cartas | El sacrificio del hombre | Por: Juancho José Barreto González

 

En “Barrabás y el destino del pueblo” (1955), Mario Briceño Iragorry analiza y nos hace comprender por qué, a fin de cuentas, la gente prefirió salvarle la vida a otro hombre y no al mesías, al mensajero de lo nuevo. Ya sabemos que, por lo que cuenta la historia y las escrituras, reescritas en muchas versiones y tipos de textos, cinco días después de haberlo recibido con una singular alegría, el pueblo sacrifica a Jesús y le salva la vida a Barrabás. Algo especial transformó en tan corto tiempo la visión que el pueblo tenía del mensajero divino. Algo trastocó esa imagen de salvación, ese sentido popular que este hombre sacrificado logró penetrar, como un influencer primitivo, en el sentimiento de las masas. Después de las palmas y hosannas un domingo anterior, lo conduce al patíbulo cinco días después, el día viernes siguiente.

“El sacerdocio, los escribas, los fariseos fueron los que pidieron la muerte de Jesús. El pueblo fue engañado por quienes tenían el deber de guiarlo y protegerlo. Por quienes, para mantenerse en el poder, mataban la Verdad. Por quienes lo han utilizado siempre como sumiso instrumento de sus crímenes”.

Como sumiso instrumento ayudo a matar la verdad. Me he convertido en un asesino de verdades, en una escalera hacia arriba y hacia abajo, para saquear a todas las salvaciones posibles. Damos vueltas en el laberinto, nos traga con nuestras verdades y mentiras, mientras la concupiscencia y ambición del capital levanta nuevas cruces para los sacrificios cotidianos de lo humano. Y así vamos, reproduciendo a granel su inconciencia materialista para sacrificar la vida y el decoro.

De mi libro inédito En silencio, quiero intercalar este cuento, “La artesa de José”:

“Con madera de pardillo blanco, José construyó la artesa para su hijo. Meses antes, por la posición de la barriga de María, una comadrona amiga le había comentado que era varón. Lo del nombre vendría después.

Seguro que la pobreza de nuestros pueblos es milenaria, sin embargo, ellos manejaban la información necesaria para resolver en el adviento cualquier eventualidad. Lo único es que no encontraron posada alguna, en el imperio eran algo costosas y no se tenía como.

Tampoco había para la comadrona. María sufrió muchísimo como era de esperarse, pero ya José estaba preparado en lo necesario. Con un cuchillo filoso y limpio cortó a cuatro centímetros del abdomen el ombligo de Jesusito y lo colocó en la artesa. Lo dejó desnudo por un buen rato mientras lo lavaba con agua tibia con sal.

Las historias de después se escribieron después.”

Jesús es uno de los majaderos de la historia humana. La palabra, el silencio, la guía espiritual y el sacrificio. El hijo de José y María. El hijo de un dios todopoderoso y de un pueblo que le fue desleal al extrañarse sus fuerzas por los encantos del dominio terrenal, ese poder que ha hecho a los seres humanos juguetes de su propia tristeza y muerte.

Una historia que se podría escribir después sería la del humano capaz de conocerse y liberarse a sí mismo, en cuerpo y espíritu. Hijo de todas las civilizaciones se haría capaz de construir la posada humana, donde lo justo no sea el pan arrebatado de la boca de los hambrientos, sino, estupendo manantial y sembradío.

“La genuina voluntad del pueblo era otra. En aquel momento la desvió la clase dominante, la adulteraron fuerzas extrañas a sus legítimos intereses. Parecía que fuese el mismo pueblo que cantó hosannas al Hijo del Hombre cuando entraba en la ciudad santa; pero, en verdad, era ya otro pueblo. Su voluntad había sido quebrantada”. (“Barrabás y el destino del pueblo”).

proyectoclaselibre@gmail.com

 

 

 

 

 

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