Cartas | El río crece | Por: Juancho Barreto González

 

Juancho José Barreto González

proyectoclaselibre@gmail.com

El río crece, a veces crece. A veces se queda quieto como durmiendo. Tengo cientos de años conociendo al río ese que crece y se duerme. Un día me dijo, hace tiempo, haga usted su casa allá arriba y la amarra a aquel árbol de raíces profundas y de follaje azul como el cielo. Hace mil años yo pasaba por ese lugar y el árbol estaba chiquito “y nunca pude llevármelo por delante con mi primera orilla, mi antigua orilla”.

El río no está solo, el río es largo como una serpiente dorada, serpenteante el río. Ese es su cauce. Arriba las nubes, surca las montañas. El río y las montañas y las nubes. Y los hijos del río, los pueblos y pueblitos del río. Crece el río y se los lleva, derriba casas e ilusiones. Los pueblos crecen, el río, a veces crece, se mal entona, se emborracha con mucha agua que brota de todas partes, ruge el río y sacude la vida del pueblito crecido y se come a algunos, se traga la casa y las gallinas y vuelve barquitos inservibles a los carros. Se enfurece el río con las montañas y con las nubes, danzan como si nada, enfurecidos danzan, no saben más que danzar bailes de agua, de tierra, de azules pesados como dagas gigantes.

“Amarré mi casa en el árbol como me dijo el río. Después comenzó a llover mucho y los truenos se escuchaban como un toro embravecido”.

Cada cierto tiempo nos ataca el aguacero. A.g.u.a.c.e.r.o. La tormenta nos atormenta más de lo que estamos. Somos habitantes del río y el río y las montañas y las nubes nos golpean.

Nos ha golpeado también el frío y galopamos. Nos pega el hambre en el espinazo de la cordillera y callamos en silencio. Agachamos el lomo de sol a sol, de frío a frío y la sopita de garbanzos nos alimenta. Todos nos habían olvidado y pasaban y nos decían adiós. En los días de fiesta también bailamos, no como bailan las nubes y las montañas sino como baila la gente de estos lados y prendemos velas y detonamos la pólvora y cantamos las canciones que siempre cantamos. Estamos pegados a la tierra y tenemos raíces como las tiene la acelga o la zanahoria. Voy a preguntarle al río y el río se ríe de mí.

“Recuerdo un pensamiento ahora, no sé si lo escuché de alguien o lo leí en algún papel: Frente a los embates de la naturaleza se inventaron las sociedades. Frente a los embates de las sociedades se inventaron los gobiernos. Y frente a los embates de los gobiernos se inventaron las revoluciones”.

Doy un salto cuántico para decir, y digo, debemos aprender a escuchar y leer el estado actual de la naturaleza. Nos ha venido diciendo, a gritos, a todo pulmón, sus quebrantos frente a los embates que ha recibido, continuamente y sin cesar, por parte nuestra. La tormenta es, quizá, generada por el tormento, la tortura al que la hemos sometido. Miles formas y técnicas para exprimirla y poder vivir a costa de ese tormento generado por los grandes, medianos y pequeños propietarios y por todos los inquilinos.

Este es el problema de fondo. Descuidamos el cuidado, si alguna vez la hemos cuidado. En todo caso, si mermamos considerablemente el mal trato, el tormento que infringimos a la naturaleza y consideramos ciertas transformaciones, tal vez ella “lo agradezca”. Todo está relacionado.

La cuestión de la propiedad de la tierra, los servicios de canalización y reubicación de viviendas en terrenos aptos, “la regionalización de las aguas” para un cuidado específico desde “una hidrografía cultural alternativa y ecológica”, un mejor sistema de relaciones seres humanos-naturaleza, equivaldría ir más allá de la emergencia y la puntual solidaridad entre los pueblos

 

 

 

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