Juancho José Barreto González
Vivir en el quinto patio, para los mexicanos, es vivir en el lugar más apartado de la vecindad. “Así nos han tratado desde Mérida, como los más pobres”. Se refiere el poeta Carlos al trato despectivo, colonialista y pedante de algunas autoridades universitarias “que nos miran por encima del hombro”. Pareciera que forma parte del “protocolo del poder” y de las “autoridades sin ética” como lo señalo en tres cartas antes de esta.
A veces dudo llamar Universidad a la universidad. Se instaló en ella una mismidad dominante, una forma de ser, aunque no sea enteramente colectiva, ejecuta un protocolo de la subalternidad y de la “adoración” a quien está allí ocupando la silla presidencial de la provincia o el virreinato.
Este sistema de la adoración subalterna es propio de “los primeros patios” que generan gramáticas y costumbres capaces de intentar regir la vida cotidiana. Estas formas de poder circulan, se mueven, generan efectos nocivos que adormecen, son alucinógenos. El director del primer patio ordena con su batuta usurpadora y retórica, acomoda y desacomoda a su antojo. Sus agentes frecuentes llevan y traen tal cual chismosos de todos los patios.
En el quinto patio debemos crear una gramática periférica para reencontrarnos en la posibilidad de superar el colonialismo cultural, dentro y fuera del patio. Abandonando esta colonialidad mental, gestual, discursiva y conductual podemos revolver los sedimentos de lo establecido para buscar coincidir en formas que permitan, en primer lugar, el reencuentro y, en segundo lugar, una dinámica personal y colectiva que nos permita describir este quinto patio, comprender sus condiciones de dependencia “con los primeros patios” y tratar de superarlas por otras que nos acerquen a una Ontología colectiva universitaria, a un sentido justo de nuestras potencialidades sin servilismos depredadores de la participación directa en nuestros asuntos.
La universidad no es una isla democrática dentro de un país oprimido. Asediada desde fuera y desde dentro ha perdido muchos signos de su identidad efectiva. En medio de una crisis de valores y materialidades deberá erguir sus ojos para mirarse a sí misma y no ser su propia Medusa y petrificarse. Dejó de ser guardiana de sí misma para entretenerse furtivamente en el ajedrez del odio bipolar. Ha perdido mucha belleza “pero en las rendijas del quinto patio cesa el delirio silencio”.
Reivindico la poética frente a la retórica, la revuelta creadora frente a la subalternidad cotidiana. Invito a desatarse de la colonialidad castrante, repetitiva y postiza. Los habitantes del quinto patio debemos limpiarnos los ojos, saber mirar a la medusa de las serpientes invisibles y “traer también a colación nuestras capacidades locales”.
Abrir las puertas del quinto patio y estar allí con franqueza. Construir la parresía, soportar decirnos las verdades que por duras y dolorosas las ocultamos o manipulamos. Es mejor que salgan a flote y nos hieran con sus alfileres. Nos tocará así, en el juego de la verdad, obrar como comunidad pensante, abierta a los cuatro vientos hacia adentro y hacia afuera.
Ratifico lo dicho en la carta anterior: “Este empeño frente al desierto espiritual, jurídico y económico, desperdigados por las pasiones personales y de grupos, nos seguirá encerrando en el cajón ideológico de la división si no inventamos la reunión de los que queremos luchar por la universidad y el país imaginado”.
En el quinto patio nos miramos por debajo del hombro para llegar al corazón.
proyectoclaselibre@gmail.com