Cartas | El oro de nuestros zarcillos | Juancho José Barreto González

 

Juancho José Barreto González

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En 1455, empezando ese año, el diligente Papa Nicolás V, mediante la bula Romanus Pontifex, pretende ordenar el conflicto entre portugueses y castellanos por los asuntos de la navegación ante la playa meridional que se abría a las ambiciones de los señoríos. Si hacemos la lectura correcta, es Dios, a través de la Iglesia Santa, quien emite su orden a beneficio de tal o cual señor quien es Rey (o Reina) legítimo(a) propietario de lo que de allí en adelante se descubra. Esta es la base del sistema jurídico que va a permitir la apropiación del nuevo mundo. Se irá perfeccionando a través del tiempo, con contradicciones y empujones entre tales señores, muta es quien emite la bula, la orden, el certificado. La empresa mercantil primero, y la capitalista después tendrán un vasto campo de acción para tal perfección que la justifique y la amplíe en función de la expansión y el dominio. Este interés de dominio se cubrirá con otros discursos que, como anillo al dedo, encajarán en los grandes propósitos de la modernidad capitalista.

Se hacía toma de posesión de lo hallado por primera vez. El vicealmirante iba cargado con la autoridad de poseer, en nombre de Mengano y Fulano, por su voluntad, “puesto que tomado de una se puede decir de todas”.

“El Almirante llamó a los dos capitanes y a los demás que saltaron en tierra, y a Rodrigo Descobedo, Escribano de toda la Armada y a Rodrigo Sánchez de Segovia, y dijo que le diesen por fe y testimonio como él ante todos, tomaba, como de hecho tomó, posesión de la isla por el Rey e la Reina sus señores, haciendo las protestaciones que se requerían, como más largo se contiene en los testimonios que allí se hicieron por escripto” (Diario de Cristóbal Colón, 12 de octubre 1492. Versión de Bartolomé de Las Casas).

¡Y las gentes desnudas que hacían allí! ¿No tenían papeles de propiedad? Tampoco, resulta, teníamos Alma. Así todo era conferido a quienes primero llegaran. Y llegamos en grandes casas flotantes, armados con todos los instrumentos necesarios que luego vamos a ir puliendo para mejorar el negocio del descubrimiento. Hoy están aquí estos indios dóciles y “fermosos”, estos indios que Marco Polo, un comerciante famoso, describía en sus viajes doscientos años antes que Colón. Tienen que ser los mismos, ahora más tarde, después de la ceremonia de ocupación les pregunto por Cipango, de allí de seguro viene el oro que como zarcillos traen colgado de las orejas. Optó el señor vicealmirante, emulando como lo hacían los portugueses en el norte del África, por clavar la santa cruz y la espada en la tierra, y en un sencillo acto jurídico declara estas tierras como propiedad de la Corona. Comienza así la guerra de ocupación más cruenta de hombres poderosos que optaron por imponer su mundo y otros hombres, desconcertados primero, se dispusieron a defender el suyo.

(…) Nosotros, los de esa historia, vivimos tensados en la memoria y sus conflictos, aunque, recordando las primeras palabras del antiguo Pop Vuh, esto se escribe bajo otra ley, la ley cristiana de Dios. Ya están aquí en cuerpo presente y han sido eficientes en la conquista, bastan cuarenta años para que su doctrina y su arte de la guerra se apoderen del nuevo mundo para convertirlo en continuidad y ruptura con el viejo mundo conquistador. Los seres humanos de la Europa segunda y de la América primera nos vamos a enfrentar largamente. Otros llegarán obligados o voluntarios a sumarse en este conflicto civilizatorio donde el imperialismo europeo “le quiebra el corazón” a la América Primera.

(Juan José Barreto González, Casa Doble-Memorias breves de una casa amenazada. 2020, Trujillo, Venezuela. Extractos del Capítulo 12, páginas 71-76).

 

 

 

 

 

 

 

 

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