Les tenemos miedo a unas bestias antiguas llamadas humanos. Esta sería la oración síntesis de la aseveración de que vivimos en “el planeta del miedo”. Una gran telaraña cibernética y sentimentaloide nos ha envuelto y nos ha reducido a la condición miserable de ser sus esclavos.
Entonces, algunas veces, empujando esas esponjosas paredes brillantes y taciturnas, espectaculares y espeluznantes, logramos abrir fisuras por donde entra la luz de otro pensamiento, de otras formas perseguidas por todos los tipos de inquisiciones habidas y por haber. El miedo da miedo. Nuestro miedo le da poder a quienes no saben vivir sin nuestro miedo. No heredo de mis ancestros el miedo, sino sus variadas formas. El miedo es cultural y pasa por mí, por mi casa y por nosotros. Es un producto por el cual pagamos distintos precios. Nosotros, mi casa y yo podemos discernir sobre los distintos miedos y cómo curarnos.
Estamos enfermos de miedos. A estos miedos caseros, entre nosotros, les agregamos aquellos múltiples miedos que compramos en el mercado cibernético internacional. Miedos en tiempo real. Los terrícolas tenemos miedo, somos unos miedosos clientes de ese novedoso mercado materializado y metafísico del miedo. “Hago un esfuerzo creativo de volver al nacimiento. Entonces, escucho las primeras palabras y trato de llegar más atrás de todos los cordones umbilicales”.
Al escribir estas palabras entiendo que debemos despegarnos de una civilización que nos ha condenado a vivir como unos miserables despojados de la alegría de la libertad. Unos reyes y unos lacayos en las colonias nos fueron enseñando culturalmente a vivir hincados y aprendimos a estar siempre con la mirada baja, borrando nuestros caminos.
El miedo viene de lejos. “Aprendí a tenerme miedo, un miedo invisible, me acompaña a todas partes como un pequeño dios mal aventurado”. En aquel tiempo, el Circo de Roma se convirtió en el gran invento de los mercaderes del miedo y, cada vez, los mágicos sastres del espectáculo, como los grandes pedagogos, inventan todo tipo de vestuario para aparentar no tener miedo, pero, al final de cada escena, terminabas devorado por las fieras. Vuelvo atrás, más atrás de mis cordones umbilicales y reescribo:
Y ya comienzo a masticar símbolos, cabezas con ojos sin el peso del vacío. Soy el monstruo, tengo hambre. Mastico y mastico, y mis manos ya dibujan mis manos.
Pertenezco a las cuevas con ojos osan mirarme de reojo y con miedo. Mucho miedo. Desde entonces lo conozco me mastica.
Crecen las estalactitas y las montañas y los caminos. No ha aparecido el olvido y la culpa todavía no podemos irnos, más allá donde se reúnen los rayos y los dioses como nubes para llover a cántaros.
No podemos sentarnos sobre los muertos todavía aquí en la cabellera de la tierra una voz baja hasta acá y truena, otros ojos tiemblan las madrugadas. Todavía da miedo morirse para viajar lejos hacia no se sabe dónde, parece decirse el que abre los caminos.
Parece saber hay líneas de fuego que queman. Algún dios reciente lo empuja hacia no se sabe, un niño metiéndose en la noche y en la tristeza, no le teman dice frente a los caminos y el dios reciente no responde.
Me apropio del miedo y comienzo a hablar a media voz para que me escuchen dentro. El miedo viene de lejos.
Juancho José Barreto González
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