Juancho José Barreto González
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Ha pasado por innumerables experiencias durante su historia, dentro y fuera de su historia. Conserva intacto el juego de su doble cara. Juega y doblega. Miente y sorprende. Prueba y empuja. Es su naturaleza. Aprendió a jugar, más allá de la violencia animal que le es propia. Tiene la manía, hay fechas a granel que lo comprueba, de “imponerse sus propias reglas” e imponerla al resto de los jugadores. Así juega el supra poder del lobo.
El lobo es experto, hasta caperucita le ama. Es la envidia del resto de la zoología social. La mayoría conoce el juego y le acepta su juego. “Allá viene el lobo, allá viene el lobo” gritan apasionadamente los prolobistas. “Que venga, lo haremos lamer el polvo” alardean otros. Con su larga nariz escucha olores e idiomas. Ha aprendido a usar pañuelo y oculta sus miedos.
En los primeros días de la evolución, era un tigre y rugía con estruendo. Sus fuegos contaminantes quemaban todo tipo de vegetación rebelde y logró con astucia cambiar y sustituir olores, hasta el punto de hacer fragancia de la inocencia. “Y para qué son esos dientes…”. Mastica a los corderos con parsimonia, no se desespera. A quienes perdona, los usa de rameras en corrales de otros lobos del globo. Es parlante y refinado, poderoso y va al
gimnasio del cielo y de la tierra. Prueba su fuerza y finge, hace fintas como buen jugador de básquetbol.
Es inteligente y tiene estrategia a diferencia de los corderos. A la caperucita le enseñó pensar en su idioma y sacrificarse por su amo, ser finalmente triturada por él. Este tipo de tigres devenido en lobo, tienen su protocolo de lobo. Aclaramos aquí, no son hombres lobo, son lobo. Se convirtieron en los roedores de todo, todo lo quieren morder, lo quieren enlatar para garantizar el futuro.
Tío tigre fue militante de su partido y terminó siendo culturalmente lobo. En cambio, tío conejo ha sabido conservar su hábil forma de ganarle la partida. (Podemos recrear este cuento de Tío tigre y tío conejo, de Antonio Arraiz, en la historia venezolana contemporánea). De pronto necesitamos de otros personajes en la fábula de lo actual. Mientras tanto, en plena rumba navideña se escuchará, “allá viene el lobo”.
Fuera de la escena, el lobo es el que decide si entra, sube o baja. Mastica a los corderos con parsimonia, rehace su imagen, va y viene, se tapa y se destapa la nariz, olfatea sus miedos, nuestros miedos, los miedos que le dan miedo. Es el planeta de los lobos, de los corderos, de los conejos. La larga civilización del miedo.
Volvemos a necesitar de nuestra valentía. Sacarla debajo de los huesos del olvido, de la angustia de las almas que sueñan. Del temblor de los amaneceres, de la esperanza recobrada. Salirnos del miedo de la larga noche de los lobos tenebrosos que se comieron los pastores y se convirtieron en pastores, dueños de las palabras, de las cosas, de los sentidos, de los vivos y de los muertos. Necesitamos sacudirnos nuestras ropas del miedo, de las imágenes del miedo, de los olores del miedo. Buscar nuestras palabras valerosas, nuestra memoria valerosa. No somos una colonia de miedosos, somos un pueblo, disperso, si, por aquí, por allá, pero nos topamos bajo el mismo sol, bajo el mismo acierto, bajo el mismo error y ardor. Nos liberamos de nuestra madre que habla el mismo idioma y quiso reconquistarnos.
No somos ingleses ni franceses, ni sajones ni anglosajones, Somos “la especie media” capaz de reconciliar sus fuerzas venidas de todas partes, paridas en esta tierra. La hora reclama el desafío. En el fondo nos tienen miedo. Ellos deciden cuándo, nosotros cómo.
