Damos vueltas y vueltas y no encontramos la respuesta, nadie responde, algunos preguntamos ¿Dónde está Alcedo Mora?
Era febrero del 2015, se lo llevaron al Laberinto, ese lugar donde no hay respuestas, ese lugar adonde es echado el ser y su cuerpo para que de vueltas en el limbo de las interrogantes, de las respuestas, de los amores, de las esperanzas y los compromisos. Taparle los ojos y los oídos para que no vea y escuche, desaparecerlo. Taparle la boca a quien administra el derecho de vivir, a quien vela el desamparo. ¿Dónde estás hermano, que hay de tu aire y de tu hazaña, qué de tu cuerpo andariego en la andanza de lo bueno? ¿Qué de tu asalto a los cielos para traerlos a la tierra y sembrarlos en el solar de tu casa para que crezcan como árboles frutales?
Te fuistes con tus 55 años a desafiar a los minotauros del terror, que con sus bocas sangrientas vienen desde lejos para matar al hombre de la luz sonriente y decidida. Forcejeas en la oscuridad de los ojos ausentes, tratando de enviarnos respuestas de aire y de amaneceres.
Buscamos aquì, buscamos allá y nada, preguntamos y nadie responde detrás de la puerta de ese lugar donde desaparecen a los hombres. Tocamos con los nudos de nuestras manos y con las estrías tristes de nuestro espíritu y ninguna voz se levanta para darnos justo las coordenadas de tu encuentro. Hacemos silencio, de esos parecidos al conticinio del alma, para tratar de escuchar los hilos de tu voz que nos conduzcan a tu hallazgo.
Damos vueltas y ninguna voz responde. Así han pasado ocho años de tu viaje forzado a ese lugar donde desaparecen a los hombres. Pero, voy al filo de mi palabra y te traigo, te invoco hermano sonriente y herido. Se perfila tu rostro de cóndor herido, y buscas también respuestas en el llanto de tus queridos hijos. No haces señales con tus manos ya convertidas en alas, sólo vuelas mirando de soslayo a los minotauros que vienen de lejos para comerse a los hombres. Cobardes, los minotauros de la muerte, abren nuevas rutas para que nos perdamos para siempre, para que no encontremos las salidas y salgamos a la luz y digamos, bien sea como truenos o quebradas silenciosas, aquí está el hombre, el ser humano, la doncella de la utopía liberada.
Desprecio el silencio de los cobardes, los reto a responder. A romper su silencio cobarde, no a balbucear medias verdades o mentiras completas. Tocamos la puerta del laberinto silencio, del laberinto vida, del desparpajo ambulante, de la ingrata ironía revolucionaria. Tocamos con el puño rabioso, con la carta que denuncia y pregunta, con los colores de tu triste ausencia Alcedo, Alcedo Mora.
Escribo esta carta y respiro, tratando de recuperar tu aire, tus alas de cóndor herido. Sigue en el lugar de escribir aquél Quijote que tallastes en madera, delgada madera, fina y sutil madera de la amistad. Por eso te envío esta carta, personal y dolida, para tratar de escucharte, de traerte a mis palabras y desafiar la tristeza que hay en nuestros corazones, para tratar de seguir la aventura de creerte allí, justo y valiente, desafiando a los minotauros de siempre que vienen desde lejos para llevarte al Laberinto del desaparecido.
Alcedo («Batería»), merideño venezolano, con 55 años de edad, desapareció el 27 de febrero de 2015. Sería alguien capaz de responder, en este país laberinto ¿Dónde está Alcedo Mora? Tocamos la puerta del laberinto silencio, del laberinto vida, del desparpajo ambulante, de la ingrata ironía revolucionaria.
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