CARTAS | El concierto de la montaña | Por: Juancho José Barreto González

 

Ha estado en el fondo de las últimas reflexiones, la (in)capacidad de leernos a nosotros mismos. Quiero hacer de esta carta un ejercicio para practicar la posibilidad de alimentar el lenguaje para la comprensión en tanto “seguimos viviendo de una u otra manera en las palabras que pronunciamos, sobre todo, en aquellas escritas en la lengua de escribir”. Esto tiene una condición elemental: somos productores de mensajes que ocultan o muestran el mensaje de lo que queremos decir. Este querer decir está asociado a un poder decir. Ustedes y yo tenemos la capacidad de usar por lo menos un mecanismo que une la “dinámica de la boca y de las manos”.  “Fuimos durante mucho tiempo unos animales de cuatro patas. Agarrábamos las cosas con la boca. Ahora que tenemos manos, comenzamos a usarlas para muchas cosas. También con la boca seguimos agarrando algunas cosas, comenzamos a hablar. Hablar es agarrar las cosas con la boca y escribir es agarrar las cosas con las manos. Nos volvimos unos animales simbólicos”.

Cuántas veces hemos escuchado “las palabras se las lleva el viento”, se llevará algunas. Hay palabras que se quedan en la cueva del alma y con ellas podemos hacer grandes sembradíos.

Las manos imaginarias trabajan esas palabras que vienen del aire de los oídos y hace música. La música vendría a ser las anotaciones musicales que, no es redundancia, le dan ritmo a la armonía cósmica y, es capaz, de reducir al canto a la más agitada de las tormentas naturales y humanas. Así, los pálpitos de la semilla en la tierra, o el tic tac de una estrella fugaz, requieren de fugaces formas dichas, cantadas o escritas para mitigar al ser atormentado.

Los pálpitos de la semilla de la tierra son infinitamente más humanos que las extraordinarias heridas que el bárbaro civilizado le ha hecho a esa misma tierra convertida en progreso industrial. Las manos que nos dieron para acariciar a otras manos, para dar la mano al otro y decirle a esa otra mano “epa mano como estás” y cantar “para hacer una muralla tráiganme todas las manos/ los negros sus manos negras y los blancos/ sus blancas manos”.

La lengua de hablar, cantar y escribir con la boca y con las manos permite abrir y cerrar las puertas de las casas culturales de los seres humanos. La boca canta el tejido de las manos y toca sus heridas, las sana mientras a lo lejos se escucha el concierto de los grillos.

Llega a mi cuaderno portátil el poema 111 de Espero, Igual Espero (segunda edición, 2020. Búscalo en pedefericas.blogspot.com): CXI

“Escribir un nombre es llenar la nada de palabras

que son pretenciosas, pretendientes, llevan la

misión de hacer oscilar a los ojos de los oídos entre

algunos sentidos. La historia, así como la vida

misma son llevadas por cántaro del lenguaje a la

calle plena de la poesía. Lo inmortal se pasea y la

sensible huella participa en esta dirección

metafórica. La calle plena de la poesía, la calle de

la vida. Noto y anoto el cambio del ritmo o mejor,

siento el vértigo de la mudanza, su extensión, su

profunda participación.”

Algunos médicos ambulantes creen que el vértigo, el viento en mis oídos, está asociado al vértigo de mis constantes mudanzas. Algunas veces somos ángeles caídos (oídos rima con caídos) que nos damos golpes en la cabeza. Entonces, ésta, la cabeza, al abrirse deja escapar el aire de las palabras. En este momento del viento, comienza el concierto de la montaña.

inyoinyo@gmail.com

pedefericas.blogspot.com

redsertrujillo.wordpress.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

.

Salir de la versión móvil