Nuestros medios básicos son el monólogo y la conversación. Lo primero sería decirse las cosas uno mismo. Lo segundo, hablar con otros cara a cara, con ella, él o ellos presentes compartiendo el lugar que ocupamos.
Sin desechar el resto de formas de encontrarse, incluyendo las satelitales, debemos insistir en recuperar el lugar del encuentro y todo lo que se mueve dentro de él. Vamos a llamar a esto, «aterrizar para volver a revisar nuestros criterios de pertenencia y responsabilidad por la vida desde nuestro cuerpo, nuestra casa y entre nosotros mismos».
El circuito dominante ha sido hacia el universalismo cibernético que necesita, como empresa, a muchos obreros tecnificados que puedan garantizarnos acceder a numerosos lugares sin pertenecer a ninguno de ellos. De allí que, por nuestros canales cognitivos entra incontable información y la digerimos sin interpretarla, nos tragamos sus significados.
Esta sería una imagen singular de la biopolítica: La capacidad de unos humanos para invadir y controlar los significados de otros humanos que los compran a través, de las sobresalientes, herramientas satelitales, las mismas que nos permiten, en lo sucesivo conocer al mundo virtual «en tiempo real».
Entonces, al recuperarlo, hablo desde un lugar. Desde este lugar abrimos nuestra sala de conversa y lectura, para leernos y leer el mundo. Una sala de conversa e interpretación para no ser trogloditas de significados. Frente a la rapidez de la información debemos ser capaces de recuperar la lentitud de la interpretación, caminar mirando bien por donde caminamos. Detenerse más en las esquinas, dejar de sentirse perseguido por los mensajes que abruman, tomarse más en serio «lo que nos pasa» y desde allí ofrecer nuestros aportes.
Desde acá mismo desojamos la margarita, recuperamos cordones umbilicales y hablamos de manera franca frente a nostalgias conformistas. Ir hacia atrás para reconocer de dónde venimos, ir hacia delante para aprender a encontrarnos en la sala de la vida que reclama vida digna y acción directa responsable. Vuelvo a mi lugar cada vez y desde acá mismo conjugo los verbos de mis principios y de mis dinámicas espirituales, políticas y culturales.
Nuestro movimiento lento no es retraso ni retroceso. Es la capacidad de no perder el instante cuando abrimos nuestros ojos y nos descubrimos capaces de girar con los astros y sentirnos nacientes con los mundos y los seres que germinan.
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