Juancho José Barreto González / proyectoclaselibre@gmail.com
Menelao reordena sus caballos de Troya, mira de reojo al poeta general, le conoce, le teme, traza sus estrategias invisibles, incapaz del vuelo del poeta, sateliza a “ese átomo de la creación”, le teme, le teme a Santa Ana, le teme a los delirios sobre el Chimborazo, le teme al amor porque está incapacitado para amar, le teme al cara a cara para que los generales no se miren, para que los pueblos no se miren, para que nadie se mire entre sí, para que no deliremos y sigamos las órdenes del imperio de Menelao que hoy sigue siendo el de ayer, el de siempre, el que le teme a la fiesta de los generales Morillo y Bolívar en Santa Ana (…) Se reúne mucha gente en el tiempo sagrado de la fiesta, las mujeres bajan de su llano con sus mejores trajes, los bueyes de La Concepción de Carache, de Niquitao y de Betijoque vienen conversando hoscas palabras con gañanes salidos de las piedras profundas del Chimborazo.
Sigue llegando gente en este delirio, mientras Menelao apunta todos sus satélites sobre este extraño átomo de la creación. Germán Pérez saca su guitarra, sonríe, pone su pistola de estrellas sobre la mesa, levanta su cara, sonríe, sonríe…
Aquí inventamos y erramos
Para cambiar la historia
Unos viejos se habían amorochado en una de las habitaciones, conversaban efusivamente y decían “nunca hemos sido sordos a las voces de los pueblos”, provocaba estar ahí. El niño Jonás se asomaba por la ventana. Carpentier entendió y le hizo señas. Al atravesar la sala observó cómo los generales Morillo, el español, y Bolívar, el general poeta, se abrazaban con Gerardo y Germán, cantaban a todo pulmón algo así como “esto no puede ser nomás que una canción” mientras María, que mientan “Lionza” movía extrañamente sus manos conversando con otras del Llanito de las Mujeres entre las que puedo reconocer se encuentran Gloria, del bravo pueblo del Sur, Sor Juana, la monjita rebelde, Rafaela, la que pinta los pájaros, a Madame de Staël (invitada por Bolívar para hablar sobre el suicidio, los gobiernos y la felicidad. Lo hará dentro de tres días en la mesa número 7, y a una India Desnuda, proveniente del mismo pueblo llamado Chimborazo o Mitón. -Pasa, pasa, le dice Alejo a Jonás, veo que quieres preguntarme algo-. Lo sienta en las piernas mientras Bataille explicaba a la concurrencia cómo el arte cubre la angustia existencial y la hace más pasajera: El soldado en “Semejante a la noche” siempre es el mismo y es otro. Acaieno, español, francés, estadounidense y, al final, nuevamente acaieno. Atraviesa los siglos y es la misma guerra, Troya, Las cruzadas, La invasión a América, la conquista de Norteamérica, la segunda y primera guerra mundial para, finalmente descubrir lo que el señor Dusell nos explicaba esta mañana sobre el paradigma sacrificial de la modernidad. La guerra para conquistar al otro, siempre justificada por quien la hace. Francisco de Miranda nos lo mandó a decir en una carta para aclarar que la guerra del pueblo es justa frente a la guerra de los invasores. Tengo entendido que viene en camino Don Mario, él nos explicará mejor el asunto, abordará el tema, adelantándose a muchos intelectuales del siglo XXI. Presidirá mañana un encuentro internacional. Jonás, no se te olvide, nosotros los intelectuales raros, como nos nombra Rubén Darío en su prólogo Azul, siempre estamos recibiendo “el mensaje de los movimientos humanos”, comprobamos su presencia, definimos y describimos su actividad colectiva a través del arte. Al escuchar esto, mientras conversaba con una dama aérea llamada Airám, el viejo Briceño Guerrero sonreía, apurando una copa de un delicado vino enviado por su camarada Isidoro desde Galicia. (…)
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