Nuestro lenguaje, nuestro pensamiento y nuestras acciones son hilos que tejen y destejen nuestra conciencia para acercarnos, oírse y traducir nuestros sentimientos. La prueba es el día a día. “Las acciones se devuelven” dice Antonio, vienen con la misma energía y el sentido que les imprimimos “al salir de nosotros”. No es lo mismo regalar una flor o una oración que proferir una mala palabra o un puñetazo a alguien que no se lo merece. Esa fuerza de energía regresa a nosotros de igual manera, nos nutre o nos desnutre.
Por otro lado, en la esquina siguiente, Luis me sugiere que use un lenguaje más accesible en estas cartas. Uno escribe para un auditorio abierto y, es cierto, el lenguaje se bifurca ante la mirada del lector, se enreda, se aclara, se vuelve viento o se queda esperando una frase o palabra siguiente. Le doy las gracias a Luis porque te pone a pensar en la acción de decir franco. Trato de hablar franco y con la verdad en la mano. La verdad se mueve entre las palabras y se pone el camisón del lenguaje. Ese camisón está hecho de telas de muchos tipos y de muchos lugares. Al escribirte te entrego todo esto, te entrego una flor porque la mereces, allí en el jardín de las contradicciones. Entonces, ya lo sabemos, vale hablar, tomarse un café o una cerveza, o, simplemente irse por los senderos de la página en blanco llenándola de palabras que nos traen los vientos. Hoscas o refinadas tratan de abrir las puertas para escaparnos de los laberintos y “construir nuestra propia orilla”, humana, conversadora, hacedora de sueños.
Dice la poeta María Calcaño al final de uno de sus poemas de “Canciones que oyeron mis últimas muñecas” (1950):
Entonces sabré yo, sabrás tú, el significado profundo de estas cosas…
No tenemos necesidad de controlar las cosas, así funciona el poder. Tenemos necesidad de comprenderlas, de sacudirlas del polvo, a unas, de pintarlas de distintos colores, a otras. Es aquí cuando digo que mi intención no es convencer sino abrir la rendija de la reunión con otros lugares alrededor de otros lugares y de mi lugar. Mi conciencia no está dada para controlar sino para liberarme liberando. “No tener el dilema de volar”. Insistir en la lucha por la vida digna es insistir en concretar sueños no idos, permanecen allí dando vueltas en el corazón.
Cuando un sueño se va es porque se muere el soñador, pero quizá deja en otros la estela de los proyectos, una muestra, un pequeño lugar o ejemplo. La utopía es el río del lenguaje de los sueños, por allí pasamos los soñadores y sus aguas nos llevan, en realidad o en sueños, a ese lugar posible. Un pueblo sin sueños, pragmático, no es capaz de tomar el cielo por asalto y convertir la tierra en casa en la tierra, vivible, habitada en tanto compartida. La casa compartida no es igual a la casa disputada, conflictuada por la insolvencia de sus habitantes.
La casa de la utopía es distinta a la casa compelida y penetrada por el poder de las cosas, esencialmente materiales. Necesitamos soñar despiertos y aterrizar en la casa de los sueños, donde puertas y ventanas permanezcan abiertas para que el sol humano reactive constantemente sus venas, su sangre, su espíritu. El sol humano y el río luminoso, la casa habitada de los sueños, andadora y aventurera para fijar en el alma un lugar merecido, habitado. Y al despertar en el lenguaje, sigue allí, hablando en el corazón de los pueblos, hermoseado, con su camisón de colores, con ojos y manos de todos los colores, vivo como el fuego cuando se sopla.
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