El lugar más importante de la casa humana, aún llena de grietas y derruidas algunas de sus paredes, es el cuarto de le reflexión donde el ser humano es capaz de despojarse de sus costras para acercarse desde sus distintos lenguajes. Esta no es una imagen ni absurda ni simple. Es esta habitación le escuché decir a un sabio campesino “si el sol se va, el viento seca la ropa”. Creo que Quintín nos enseñaba con su sentencia la necesidad de aprender a resolver en la ausencia del sol, el gran dador de energía. También el viento, aún adverso a nosotros, puede ayudarnos.
La sabiduría ha sido retirada de la política. Esta se ha retirado de la tierra por la imposición de sus decisiones verticales. Los administradores de la política se perturban por controlar la casa, retirados de su habitación más elemental. Así, el poder sobre la casa se manifiesta como el sol su energía, haciéndonos creer la imposibilidad de secar nuestra ropa sin su poderosa presencia. Es curioso como lo expresa la sabiduría popular cuando alguien increpa a otro y “le saca los trapitos al sol” para que todos, en plena luz del día, nos enteremos. Pues bien, si no hay sol, el viento se encargará, y, si es necesario en otras circunstancias, saquémonos los trapitos al viento.
La crisis de las relaciones afectivas vinculadas a la dignidad de la vida y su comunicación hoy desborda todas las estadísticas cotidianas de la agresión encubiertas por una solidaridad falsa en pacto con la sumisión: la pandemia del miedo. La respuesta queda condensada en un mensaje de un amigo de Monte C: “Un impulso interior ancestral que nos dice vamos…”
El neoliberalismo y el socialismo burocrático ha resultado un engaño monumental. Si miramos a los lados, arriba y debajo de la casa humana vemos como se desmorona.
Si el sol se va el viento seca la ropa. En esta regiones se conjugan comunidades que apuntan hacia la andinidad profunda y hacia el calor caribeño, vibran por nuestras explanadas donde también se han extendido graves problemas de convivencia, no se ha sabido y podido darle sentido de unidad en la diversidad sino, más bien, se ha jugado al dejar hacer, al dejar pasar. Resulta preocupante, entonces, cómo grupos se van adueñando de estos territorios, adquiriéndolos por vías legales e ilegales, ocupando tales espacios van sustituyendo y debilitando la institucionalidad, a veces débil, a veces cómplice. No hay quien sancione a estos grupos que, dentro y fuera de la institucionalidad se apropian del territorio, desvían los recursos necesarios para impulsar la solución real de los problemas concretos.
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