Me llena de regocijo saber que mi palabra está incentivando a la reunión de la gente buena. La gente es buena por excelencia y más si se libera de las enredaderas ideológicas que han servido como amarras. La gente crea e inventa, acierta y comete errores, de los errores aprendemos. La gente puede apropiarse de su vida, de su biografía. Podemos revelar los desengaños y los engaños, podemos hacer muchas cosas siempre que la gente diga, use la palabra, no pedir la palabra, usarla, la palabra no se pide, la palabra se usa, la palabra otorga nombres, lugares, memoria, proyectos, futuros. La palabra es bondadosa, puede acercar, la palabra también puede aniquilar, asesinar. Tantos crímenes se han cometido en nombre de la palabra decía R. Barthes, el viejo semiólogo francés. Usemos la palabra para acercarnos, usemos la palabra para curar, usemos la palabra para distanciar a aquél que no quiere nuestra palabra, para distanciarlo, para que vaya al lugar de la soledad a buscar la palabra perdida en su palabra.
Mis cartas han despertado la atención de mucha gente de palabra. Les gusta el gusto de mis palabras, el sabor de ellas se mezcla con palabras de vuelta, palabras amorosas, palabras concubinas, palabras compañeras de la noche y del mediodía. Estamos tomando la palabra y se vuelven quebradas emergentes, melodiosas, incluso, melancólicas. He escrito muchas palabras desde que escribí las palabras ma-má-pa-pá-ár-bol. Las palabras pájaro, sol y nube empezaban a dar vueltas en las primeras oraciones escolares, subían y bajaban de la montaña hasta que se cansaban y se iban al pupitre de Filomena, mi primera novia aunque ella nunca lo supo. No decir, no tomar la palabra para decir deja el sabor olvidado debajo de las piedras de los caminos. Son palabras tapadas por el viento, entonces, cuando regresas a buscarlas no las encuentras, se van a ese lugar del no regreso.
Entonces, debo decirte, las palabras me fueron acompañando, salían de las bocas de las personas y de las montañas, del canto de los grillos y de la tuna España, del malojillo y del bienojillo. Juegan conmigo y se ofrecen a salir de mis manos, de la boca de mi alma y la cueva de mi corazón rupestre, donde la luna marca sus agujas estelares. Vienen libres como los telegramas que recibo de ustedes, gente alegre, afable, amable, gente hierba buena, saltarina, terrícola, loca, humilde, bondadosa, rebelde. Son los ángeles salidos de los rincones donde no llega el sol, llenos de noches milenarias, salidos de los volcanes subterráneos de la vida, candentes, chispozos, irredentos. Venidos también de los templos primitivos, adoradores de Dios uno, tres, plural, cósmico. También incrédulos, palpitantes, con una sonrisa del este al oeste de sus hombros, livianos, sin dogmas pálidos y caducos.
Vienen, esos son los cordones de cocuiza y algodón, dando tumbos con todos sus corotos, en silencio o cantado. Vienen en tropel, allá viene ese gentío, de todas partes, vienen para la última mudanza del Estado Truillo.
Vamos muchachos, vamos, preparemos el café, bastante café, preparen las tazas para que todos nos sintamos en casa.
inyoinyo@gmail.com