Debemos construir una casa para vivir, no para huir. «Una casa corazón que airee el cercenado cuerpo de la historia» como me escribe Víctor Vásquez. «Una casa corazón como epicentro de lo familiar en perenne acercamiento a lo extraño». Entonces, estaríamos hablando de una casa del ser con múltiples ventanas, caminos claros y oscuros que despejan la acción de comprender.
Esta casa tiene sentimientos y reclama, nos jala las mangas de nuestro espíritu, y nos exige la valentía del lenguaje de la cercanía. La historia ha desgarrado sus bondades y la ha vuelto lugar solapado de la opresión. La casa ha mutado y se recupera. Sin la casa predomina la intemperie, nos volvemos fugitivos. Es superior a cualquier recinto cuando descubrimos sus fueros internos, nos vuelve habitantes íntimos. La hierofanía de la casa, lugar sagrado, es rota y perseguida por la disipación y la dispersión, la desgarradura de uno y de muchos.
Insisto en la relación casa y caserío a partir de la casa habitada por el ser. La casa interior, la casa habitada y el mundo. Ser dueño de la casa interior es aprender a ser y construir la casa y el mundo con los otros que también son. Pero, acaso el cercenado cuerpo de la historia, no se devuelve cada vez y amenaza mi casa. O no me permite hacerla y habitarla, o medio la hacemos como techo para acampar un día y luego huimos. ¿De quién o de qué huimos?
El mundo nos enseña a romper los vínculos, nos enseña a romper el ser y el mundo. Se convirtió en una permanente disputa. Los estrategas de esta disputa se disputan el mundo y saquean mi casa. A mi casa llegan estos vientos, me seducen, me repugnan, un tira y encoge. Se disputan mi atención, se afirman, se niegan, se reniegan como seres de la casa, se vuelven cazadores, se descansan de la vida, se cansan del ser, víctimas del gran cazador, manadas. «Tienen catalejos especiales y fusiles de asalto. Asaltan la vida, vienen en pequeños envoltorios llamados mensajes. Se bufan de mí, se burlan de mí, nos hacen morisquetas y nos reímos».
Podemos dar un giro humano, sacudirnos como si fuese un terremoto interior. Sacudir el espíritu y sacudir la lengua para sacudir la existencia, preocuparnos por la existencia. Tener conciencia de que mi casa no es un potrero. No somos seres de manadas, mientras el cazador nos caza tranquilamente sin correr peligro. Cerremos el tiempo de las conquistas, inventemos la casa, busquemos dentro de nosotros.
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Juancho José Barreto González
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