Mi voz me da presencia ante ustedes, mis lectores y, ustedes se hacen presentes en mi palabra que también es vuestra al atenderla. Soy un profesor, declaro y profeso públicamente mi decir. Cuando digo en la carta anterior “La guerra es una antigua invención humana. La historia de la guerra es la historia de la humanidad” es para reconocernos como especie que se hace la guerra. “Especie que se hace la guerra” pudiera significar la capacidad humana para “autodestruirse”.
La historia de la guerra, de tal manera, implica las distintas formas inventadas, técnicas y procedimientos científicos que calculan la vulnerabilidad del enemigo y la capacidad del atacante para destruirlo “en tales actos de guerra”. El ser humano calcula el mal y lo ejecuta contra otro ser humano. Queda planteada aquí la cultura de la guerra como filosofía letal de la “autodestrucción” de la especie, como justificación divina y terrena para volverse distante del otro, considerarlo nuestro enemigo. El poder humano está atrapado por esta Hibris, por esta flagelación intensa de la vida. Al lado, la mediocridad, el mundo mediocre de los discursos, también letales contra el otro y desde el otro. El terrorífico poder humano, juega con la existencia, la amenaza constantemente y la recompone, o trata de recomponerla a su favor.
Debemos anteponer ante todo esto, ante la humanidad de la guerra, ante los poderes imperiales amenazadores de la existencia, el contenido real de la paz liberadora de la guerra. Desarmar la guerra armada, la humanidad armada, la cultura armada. Esta bien, ningún discurso justifica la guerra, pero la cultura que se opone a la “autodestrucción humana” debe esforzarse por desarmar a los opresores del planeta, aquellos imbéciles gigantes dueños de los arsenales y de la vigilancia de lo humano oprimido.
No estoy desarmado, tengo mi palabra, estoy almado, no me someto a la mercadología de los discursos y de la vigilancia represiva, ni la de la esquina, ni la del satélite. Me declaro rebelde contra la guerra de los poderosos, de los conquistadores, de los que se disputan todo para explotarlo y venderlo. La humanidad no es una mercancía, tendrá que seguir sacudiéndose y sufriendo la tragedia para liberarse de las fuerzas superiores que nos dominan, los dueños del mundo.
Tendremos algún día que decir “Bajen las armas, esto es un asalto, vamos a hablar”. Pero, “Las redes electrónicas y los nuevos sistemas de comunicación son manifiestamente incompatibles con el diálogo político; la fragmentación y dispersión del espacio público es hoy la norma; el control de las redes (…) amplía los sistemas de vigilancia y dominio del espacio privado de la comunicación; mientras que la instrumentación mercadológica de la democracia digital en los procesos de elección vacía de contenido público la participación ciudadana.”(Francisco Sierra Caballero, comenta el libro de MATTELART, Armand. 2009. Un mundo vigilado. En: PERSPECTIVAS DE LA COMUNICACIÓN. VOL. 3, Nº 1, 2010).
Voy a decirlo de otra forma. Los humanos poderosos son las primeras víctimas de ese poder. Se han convertido en sus piezas frías, calculadas, cronometradas. Son poderosos porque se han adueñado del poder para fragmentar lo humano, diezmarlo, disminuirlo, fustigarlo y fatigarlo. Dejaron de ser humanos, y sin razón y corazón, agreden la vida terrícola, la empantanan, la vuelven miserablemente espectacular. Son falsos y petulantes, usan a Dios, al cielo y a la tierra. Son los humanos poderosos, productores de un dilema: Estamos con ellos o contra ellos. Mientras tanto, me quedo con la oración “Bajen las armas, esto es un asalto, vamos a hablar”.
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