Cartas | Aparta de mí todo este odio | Por: Juancho José Barreto González

 

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Puedo decirte que ha sido una secuencia irreversible, un río enorme de lodo fluyó hacia mí, todo venía allí preparado como una mezcla perfecta, oscura y neutra, un como si nada se fue metiendo por mis riñones mentales, mis enfermos riñones, ningún interés ponían ante el vendaval, perdió la capacidad de devolver, de hacerlo recíproco, un acumulador pasivo de maldades publicitarias por empresas y personas, conocidas y poco conocidas. Debo confesarlo, inicialmente traté de evitar la congestión licuando cilantro y culantro en cantidades apropiadas, un poquito así y un poquito asá, pero los resultados no aparecían mientras me tiraban palabras y potes vacíos, las palabras no tanto, pegaban como si fuese un golpe de buey desorbitado.

Los médicos fueron dando sus diagnósticos uno a uno hasta que se reunieron en asamblea general, o una de esas asambleas que se hacen sin el permiso de uno, sin el cuerpo de uno, sin la voz de uno. Trataba de respirar, pero me pusieron unos pañitos tibios que finalmente me ahogaron y un ahogado ni habla ni nada. En el ínterin, llegó el momento en que el único bien que producía era el odio, odio parejo, a cada rato. No puedo explicar exactamente el momento o el salto, lo único que puedo decirle, lo único que recuerdo es, francamente hablando, es que cada vez que hablaban me provocaba matarlos, volverles añicos, diluirle en ácido de batería, en bicarbonato con el carbonato con cicuta.

Pero, al final no me comprendieron, esperaban que hiciera algo por mí o por ti o por cualquiera de los presentes. Ya no podía hacer nada, estaba repleto de odio, toda esa mezcla perfecta, oscura y neutra… Ahora sé que solo tú podías apartar de mí todo este odio. Cuando escribía estas palabras eso pensaba, pero resulta que también en tu iglesia tenían siglos dándote pequeñas píldoras contaminadas de este inmisericorde mal.

Descuartiza las vísceras una a una… cuenta el cuentista de turno. En el transcurso de la mañana siguiente, un funcionario equis anuncia que nos expulsarán a todos los que odiamos. Eso es imposible pensé y cambio de canal con disimulo…

Este cuento lo escribí hace tiempo. El odio cundía como ahora. Siento que podemos hablar de una tecnología del odio, del distanciamiento. Una gran escuela de odio se instaló en este mundo con departamentos especializados para generarlo. Al otro se le odia de muchas maneras. Inscritos en esta escuela social del odio podemos usar sus aparatos diversos y lograr grandes resultados.

Sin pretender abrir una escuela para el amor, me pregunto sobre las posibilidades de revisar esta cuestión más de cerca. Desde allí mismo, el lugar de tu corazón, tu cuerpo sentimental y político puede elaborar un mínimo cuestionario para ir respondiendo en silencio, hilar las respuestas que luego podrían tejerse con otras personas, o, tal vez, al mismo tiempo.

Como este es un cuento que se está escribiendo, usted puede convertirse en un personaje escritor. Póngale lo que quiera, elabore fórmulas, primitivas o no, para que podamos inventar otras aguas para navegar. Se han amplificado tiempos y espacios para odiarse. Vivimos en una eterna revancha. Este cuento no puede tener final, o es de final abierto, no conclusivo. Ni usted ni yo tenemos la última palabra, a mitad del camino y con amenazas de tormenta no podemos predecir ningún resultado.

En el transcurso de la mañana siguiente, un funcionario equis anuncia que nos expulsarán a todos los que odiamos. Eso es imposible pensé y cambio de canal con disimulo…

 

 

 

 

 

 

 

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