Homenaje a Carlos Baptista Olivares, Armando González y Emiro Materano
Gracias a la causalidad, aprendí a nadar contra la corriente. Dicho con otras palabras, ir al lugar de los nacimientos. A veces digo, en vez de feliz cumpleaños, feliz día de nacimientos. Hay lugares, recuerdos, personas y eras, momentos y nombres que nos permiten, y nos acompañan, nadar contra la corriente. Este movimiento está fuera de todo cálculo. No es subir o bajar, ser diestro o siniestro. Acomodar o desacomodar, gritar o hacer silencio. “Sabemos donde conduce ese camino, ese camino se repite y nos lleva a un lugar que conocemos. Así, la experiencia nos subraya que por ahí no tenemos que pasar, entonces, nos repetimos como loros…”.
Tenía un perro extraño, se llamaba Cuál. Se salía de la manada y comenzaba a olfatear el camino hacia las estrellas. Siempre desaparecía en la faena de caza. Sabía que regresaría. A los días se aparecía radiante, había descubierto la causalidad. “Las estrellas son inalcanzables, aunque subamos a 35 mil pies de altura”. No se trata de subir sino de saltar como los grillos.
Hago terapia con los grillos, los loros repiten la misma historia. Esto quiere decir que cada terapia es irrepetible. Es el lenguaje poético de la sobre naturaleza. Aquí, en este lugar de las nacientes, aprendí a ser libre, a decidir por mí mismo. No es un valor o un principio que se aprende en la escuela. No. Es el olor de las estrellas que Cuál olfatea.
“Cuando salto desde la naciente hasta el ahora, mejor dicho, cuando vuelo, veo todos los torbellinos y las rocas resbaladizas, los bejucos, las caídas y las subidas falsas”. Aprender este lenguaje, descubrirlo debajo de las tablillas impresas de dioses derrotados, descifrando magias de maestros antepasados y recientes, permite traer a mi espíritu cierta fuerza para ser un poco lo que quiero ser.
Entonces, me exijo respetar esta condición. Esto se llama soberanía personal. Me prohíbo y me doy permiso, nadie me manda al menos que sea una fuerza superior. De tantas maneras la hemos nombrado y tan poco le obedecemos, desconocemos que está en el lugar de los nacimientos.
Es condición, no imposición, es reconocimiento del ser que quiero ser. Un homo sapiens poético frente a un homo demente, capaz de repetirse como loro. Fuera de sí, de escaramuzas letales. No es el mismo movimiento ni es opuesto. Volverse a la naciente humana y descubrir el olor de las estrellas no se parece en nada al apocalipsis. Volver a nacer no es igual a morirse siempre, aunque debemos morir para que otros nazcan y ocupen nuestros zapatos vitales. Lo ideal sería “nacer siempre”.
Respiro y me digo “quería y tenía que escribir esta carta”. Me invito e invito a movernos en la ruta de los nacimientos, desdibujada, fuera de onda. Otros insisten en marchar hacia el apocalipsis cotidiano. Acabarse un poco cada día, cada día que pasa. No hay descanso. Un pelotón de loros taciturnos y engreídos nos apuntan. A cada instante se escucha “apunteeen… fuegooo”.
Mojo mis índices con mi saliva. Me limpio los ojos. Me adelanto a mis manos y veo lo que escribiré un instante después. El lenguaje se nos adelanta y se prende al espíritu. El concierto de grillos es estupendo. En la estepa nocturna el barrio duerme. La palabra se nos adelanta y se prende el espíritu. Voy detrás de mi palabra, cuidándola, poco a poco, volando, terapiando con los grillos oteando el lugar de nacimiento del futuro. ¡Allí nos vemos!
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