Juancho José Barreto González
proyectoclaselibre@gmail.com
Esperan en el patio trasero de la casa después de lograr hacer un té de hojas de mandarina. Los dueños de la casa iban a enviar las llaves, nunca llegó el mensajero. Desde fuera, en esta posición, la casa se veía oscura. Le caía la noche en el tejado mientras el cielo iluminado mostraba las estrellas. “Aquella azuleada, la que tintinea, nos lleva hacia el sur. Podemos bajar por los caminos de agua, por los verdes o por los caminos de asfalto y tierra”. Entonces tomó una rama seca y la convirtió en puntero, en tiza cósmica. Esta otra, arriba de la osa polar, nos conduce al laberinto. Allí se apaga lentamente y comienza a morirse la luz de los amaneceres. Es un oxímoron, la luz de lo oscuro, pienso. “Nuestro pensamiento pudiera atravesar las mas gruesas de nuestras soledades, pero en su centro gravitatorio se mueven los “ases luminosos””.
A estas alturas del cuento, o del relato diría Jan, decido darle vueltas al oxímoron para permitir “dejar de decir y decir otra cosa”. “Lo oscuro de la luz” aparece con el olvido y la muerte. La estrella se adormece, también su estela. Estela y estrella. “A veces la veo en la calle, sonriente, dice adiós con la mano derecha, sin moverla mucho, da vueltas lentas con la mano y dice adiós”.
En la segunda oportunidad, hizo que Estrella se regresara a iluminar la carretera. Salió por la ventana del carro mientras bajaba la velocidad. Comenzó a mirar al mapa de las estrellas, levantó su largo brazo izquierdo mientras que con el derecho sostenía el volante, y decía con una sonoridad especial que salía de su boca: Entonces, ¿nos vas a abandonar y no nos alumbrarás el camino?
El copiloto del “Careto” miraba el cielo y miraba el camino. Miraba al cielo iluminado y al camino oscuro. “En un instante, el camino comenzó a esclarecer como el alba. Al parecer nos habíamos perdido, rodamos cierto tiempo más y llegamos a una casa bulliciosa y alegre. El pueblo se llamaba El Tesoro. En esta casa se pintaban los sueños, se inventaban los colores sacados de las raíces y de las piedras polvorosas”.
Los muchachos se escapaban al río mientras que nosotros conversábamos sobre el cultivo de una semilla especial llamada “proyecto utopía”. Esta es una estrella pintada en el lienzo de los tiempos, se descolora o se vuelve tenue. Todo depende del camino, de las raíces y de los colores, de los tiempos y de los seres luminosos, y de los oscuros que vuelven a la luz. Es una distinción, un signo. Es color diseminado en la acción síntesis de cada sueño, de cada lugar justo. No es olvido, es porvenir, es fragua, es lenguaje y acción combinada, insurrecta, reflexiva, crítica, comprensiva, liberadora.
“A pie, a caballo, o montado en una estrella, atravesó todas las quebradas de nuestra historia. Todas las luchas y todas las derrotas. Al amanecer, volvemos a empezar. Hace horas nos perdimos, hace años, hace siglos, pero, al amanecer volvemos a intentar, a inventar”.
Derrotados, no damos lugar a la derrota. Sabemos encender el fuego y alimentar los sentimientos del bien común. No migramos de nuestro espíritu y atravesamos cantando la tristeza, reímos para despejar la tristeza que quiere comerse nuestros corazones. Frente a la matanza de lo humano por el poder humano optamos por la invención de “la vivanza”, la danza de la vida.
Al parecer nos habíamos perdido, rodamos cierto tiempo más y llegamos a una casa bulliciosa y alegre. El pueblo se llamaba El Tesoro. En esta casa se pintan los sueños, se inventan los colores sacados de las raíces y de las piedras polvorosas.
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