He de recordar que, cómo dictamina con sabiduría bíblica el Eclesiastés: “Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo”. Y, dice Klopstock que, “Cuando el hombre perdió su inocencia el río volvió hacia su origen.” Por eso, después del juicio final, los primogénitos acogen con sonrisa a los recién nacidos de la madre común. Fue ese el momento en que los humanos salieron del caos. Caos en el cual se desplegaba un silencio solemne y la palabra de Dios, o del hombre, que la revelaba, Cristo, anduvo errante hasta los tiempos que nos cobijan hoy. Las palabras son hijas del cielo. Su cosecha es el pan nuestro de cada día. Me he ido, ciertamente, muy lejos en el tiempo, para asir la palabra. Pero la palabra también es hija de la tierra. ¿Y dónde la encontramos? En el infinito y en nosotros mismos.
Este mensaje que les envío es extensivo a todos los poetas que han participado en el Festival Mundial de Poesía que el Gobierno Bolivariano organiza anualmente en la Patria de Bolívar, y que congrega a soñadores, como nosotros.
Muchas veces el pueblo desconfía del poeta. Sobre todo, cuando se escapa por laberintos de la intrascendencia y hace del poema un algoritmo indescifrable. Creo que no debemos ser como Lotario, el hombre de arena del que nos habla Hoffmann, que arrojaba arena a los ojos de los niños cuando no querían ir a dormir. Regalémosles, más bien, una estética de lo sublime, de la cual Burke nos habla en sus reflexiones filosóficas sobre lo bello. Y es que lo sublime se revela en la sencillez de la palabra.
Hay algo muy sencillo y humano en lo que nos han legado Ramón Palomares, César Vallejo, Miguel Hernández y Vladímir Mayakovski. Ramón vio que “Llovió y ha vuelto a llover / y cayeron las hojas y el sol abrazó y el viento vino / y otra vez que el pájaro que cantaba en la cuerda / bajó a jugar bajo el rosal y volvió a su cielo”. Y el hombre, nacido en Santiago de Chuco, declara: “Hoy me gusta la vendimia menos / pero siempre me gusta vivir, ya lo decía, / casi toqué la parte de mi todo y me contuve / como un tiro en la lengua detrás de mi palabra”. Mientras tanto, el mártir Miguel Hernández, reza: “Con el toro he nacido para el luto / y el dolor, como el toro estoy marcado / por un hierro infernal en el costado / y por varón en la ingle con un fruto”. Y el indómito Mayakovski prefigura: “De la pasión un cochero / y una lavandera charlatana nació un hijo mediocre. / El niño no es una basura, no se puede arrojar al techo. / La madre lloró y lo llamó crítico”.
¡Pero he estado tentado a ir más allá! El sabio Viasa; el compilador del Dios Ganesha, ante la rotura de su pluma, tomó la punta de un colmillo suyo para proseguir su mítico relato. El nuestro, en cambio, es más relato de este ignaro mundo. De poetas que seguimos la sentencia de Elliott, quien proclama que el arte del bardo consiste en colocar palabras en lugares exactos. Pero presiento, ahora, que mi mensaje se escapa por la hojarasca del decir y debo regresar al motivo de esta misiva.
Poetas. Declamo con solemnidad: Brillan los brazaletes el día de muchas horas / ventisqueros de la aurora / fuertes ecos con el canto de insumisos / mil violines ya redoblan / con sus crines / de cometa / las consignas libertarias / ¡Oh triunfante cantar de los mojanes! / en su sesión de trinos efluvios cimarrones en cosecha / grito altivo de los cumbes / de los pueblos sublevados.
Vámonos con Chávez y Chaucer al parlamento de hombres libres, libres como pájaros, en estos tiempos que se nos enciman.
*Embajador de la República Bolivariana de Venezuela ante la UNESCO
Atentamente,
Embajador Jorge Valero
Delegado Permanente de la República Bolivariana de Venezuela ante la UNESCO
París, Francia