“Porque apenas si nos dejan / decir que somos quien somos, / nuestros cantares no pueden ser / sin pecado un adorno / estamos tocando el fondo / estamos tocando el fondo” Gabriel Celaya “La poesía es un arma cargada de futuro”
La reciente Cumbre Mundial 26 en Glasgow sobre la emergencia climática, concluyó con el acuerdo de no ponerse de acuerdo y prorrogar la improrrogable necesidad del acuerdo humano al que tenemos que llegar: o cambiamos el modo de vivir en la Tierra y el proyecto conquistador que se ha impuesto sobre ella; o desapareceremos como especie en la Tierra por haber sido incapaces de vivir con ella.
La tragedia de este dilema que algunos intentan resolver con galimatías, no es que desaparezcan los impulsadores del proyecto conquistador que el racionalismo capitalista de occidente hizo dominante en gran parte de los espacios del planeta, lo cual podría representar un alivio para la Tierra, sino que la desaparición abarca a todos los seres humanos, incluidos los apenas nacidos y también los aún por nacer, los cuales tienen derecho a tener una Tierra donde convivir entre ellos y convivir con ella. Entre ellos debo contar a mis nietos, quienes podrán leer este artículo, la de 12 y el de 14, quienes están de cumpleaños por estos días y los mayores que andan en su propio proceso al andar, los más pequeños aún no descifran los códigos que encarnan las palabras escritas.
La filosofía imperial sigue marcando la pauta de lo que debe considerarse lógico y conveniente y hasta dónde podemos alcanzar el atrevimiento con nuevas maneras de entender, atender y vivir con la Tierra como ser vivo; al punto de ser amenazados de guerra aquellos que pretendan pasar la ”línea roja” establecida y con la cual han fundado el modo de vivir para imponernos su modo de hacernos morir. Incluso “la Agenda 2030” que refiere al “desarrollo sostenible”, es una argucia que evade el tema esencial: cambiar el sistema de vivir y la manera de entender y atender la relación de la condición humana con la dinámica vital del planeta.
En el artículo pasado acercamos a José Manuel Briceño Guerrero, políglota. filólogo, traductor e intérprete de las culturas que subyacen en nuestra realidad social; filósofo inquieto y profundamente nuestramericano, quien nos recuerda que cada palabra encarna una manera de ver el mundo, que el lenguaje tiene un significado en los sueños sobre el mundo; que debajo de cada expresión lingüística existe una emoción, una sensibilidad, una manera de concebir la vida donde se sostiene la existencia en esos espacio-tiempo- cultural, donde se desenvuelve la vida de los pobladores de la comunidad humana, que les conforma y les marca destinos, les dispone pautas en su modo de relacionarse entre sí y el modo de relacionarse con ese ser vivo donde todos existimos: esta maltratada Tierra, donde todavía es posible vivir y existir como humanos, con el encargo de hominizarla al humanizarnos.
El lenguaje más que un instrumento, es una generación de lo humano que implica esa mirada del modelo civilizatorio desde donde al mirarlo, reflexionamos el mundo y se desarrollan las reglas de la vida y la muerte, de los vínculos para encuentros y desencuentros, de amores y odios, de guerras que destruyen y de la paz necesaria del construir en cada día, la siembra con esfuerzos y para cosechar con alegrías.
Nos enseña Briceño Guerrero que la geografía nos vincula, nos compromete con cada espacio del planeta donde nos desenvolvemos, que no hay pueblos atrasados o más adelantados; que somos diferentes, legítimamente distintos, y que en esa multidiversidad está la riqueza de la “cultura humana”; lo cual enriquece nuestra propia vida y la de todos con el encuentro en el respeto, el intercambio abierto de miradas sobre el mundo, para entender la existencia de un solo planeta-Tierra, con múltiples expresiones en esos espacio- tiempo- cultural, donde se desenvuelve la vida de las comunidades de seres vivos.
Nuestramérica es un espacio- tiempo- cultural sometido con violencia impuesta por el occidente europeo desde hace más de medio milenio, con una mirada inicial cargada de asombros con el imaginario bíblico junto a la maravillosa zoología fantástica traída del medioevo; a tal punto de considerar, las costas del golfo de Paria y las bocas del gran rio Uyaparí (Orinoco), como las puertas del paraíso terrenal y parte del territorio celestial a esta “tierra de gracia”; de lo cual dejaron constancia epistolar quienes dieron inicio a la “operación nuevo mundo” al final del siglo XV.
Sin embargo, el propósito mercantil de esa operación determinó una de las explotaciones más brutales de la humanidad que trastocó el paraíso donde los nativos aborígenes lucían las perlas y el oro como ornamento simbólico de disfrute humano; para generar el infierno de la impiedad y la obsesiva avaricia para Carlos V y su familia de aventureros al otro lado del océano. Entró occidente en estas tierras, con la espada y la cruz de sus frailes y guerreros mercaderes; para luego profundizar su dominio con las variantes a medida de los cambios en el pensamiento y el impacto de la tecnología sobre las relaciones de producción y poder.
En nuestra realidad subyace también la carga aborigen que aun cuando vencida, encontró formas de resistencia que permitieron preservarse con distinta intensidad, en la individualidad y colectividad de quienes aquí moramos; igualmente el coraje con el que las diversas etnias del continente africano sometidas por esclavitud, preservaron raíces con su ánimo cimarrón de rebeldía libertaria y con su solapamiento en fiestas y rituales diversos que habían sido impuestos por el conquistador-colonizador.
Ese encuentro de todos sobre este espacio con distintos grados del mestizaje -no solamente de sangres, también de miradas y modos, ánimos y asombros–, incitados por el exuberante, extenso y diverso territorio de lo que hoy abarca nuestramérica, nos marca la inquietud con la cual queremos y debemos construir nuestra identidad, para un mejor vivir y para contribuir con la humanidad mundial, al necesario acuerdo del vivir con respeto a la vida, al situarnos con entendimiento de atención y cuidados a la Tierra, en los distintos espacio- tiempo- culturales donde con-vivimos.
De manera que esa identidad nos permita afrontar la fuerza con la que pretenden imponernos una globalizada uniformidad donde al diluirnos nos perdernos en la multitud amorfa, como procuran quienes nos señalan para denigrar, como bárbaros y salvajes. Al etnocidio y ecocidio como intenciones de dominación, debemos confrontarlos con soberanía e identidad consecuentes, que son elementos constitutivos de autoestima, autovaloración y autoconfianza individual
La conciencia que podamos alcanzar, derivada de ese auto-reconocimiento, nos permitirá, no solamente sobrevivir sino actuar en el propósito de salvaguardar la vida significativa con el compromiso que nos corresponde históricamente para desarrollar una comunidad nacional que al reconocernos en el respeto a la diversidad nos integre y propicie “…la defensa y el desarrollo de la persona y el respeto a su dignidad”.
En nuestro país, ese propósito está señalado como intención constitucional dentro del Preámbulo, con narrativa del poeta Gustavo Pereira; “El pueblo de Venezuela, en ejercicio de sus poderes creadores e invocando la protección de Dios, el ejemplo histórico de nuestro Libertador Simón Bolívar y el heroísmo y sacrificio de nuestros antepasados aborígenes y de los precursores y forjadores de una patria libre y soberana con el fin supremo de refundar la República para establecer una sociedad democrática, participativa y protagónica, multiétnica y pluricultural en un Estado de justicia, federal y descentralizado, que consolide los valores de la libertad, la independencia, la paz, la solidaridad, el bien común, la integridad territorial, la convivencia y el imperio de la ley para ésta y las futuras generaciones … la garantía universal e indivisible de los derechos humanos, la democratización de la sociedad internacional, el desarme nuclear, el equilibrio ecológico y los bienes jurídicos ambientales como patrimonio común e irrenunciable de la humanidad…”
Sin embargo, en esta etapa de pandemia, de trastornos y transformaciones desencadenadas, la realidad se presenta con una mayor desigualdad; una reducida minoría enriquecida en estos tiempos frente a la profundidad y amplitud en los niveles de precariedad para la creciente mayoría empobrecida; no solamente en bienes materiales sino en dotación de educación, salud, alimentación y servicios básicos para su eficaz desenvolvimiento social.
Debemos deslastrarnos del desánimo que nos agobia e involuciona, desestructura y fragmenta sin noción de lo que nos ocurre. Pensar a fondo y en grande por Venezuela es despertar la conciencia y lucidez para afrontar el mayor reto que tenemos los abuelos y padres de hoy, ayudar al mejor futuro que merecen nuestros nietos para asumir el tiempo que les tocará, con luces de esperanzas que les impulsen a la vida … cargados de futuro.