Por Milagros Socorro
El domingo 19 de octubre el papa León XIV canonizará al médico venezolano José Gregorio Hernández en la plaza de San Pedro, en Roma. Por fin. Tuvo que transcurrir más de un siglo de su muerte, acaecida en Caracas el 29 de junio de 1919, y setenta años desde que se empezó a hablar de que había nacido un santo entre nosotros y de que se había hecho médico en la Universidad Central de Venezuela.
Mucha gente ha trabajado para que ese día ese señor tan serio, tocado con sombrero negro, cuya foto los venezolanos de cualquier convicción guardamos en los monederos y depositamos en la cabecera de los enfermos amados, ascienda a los altares. Pero en la última década, ninguno de los fajados en esta lucha ha aportado tanto a su cristalización victoriosa como el cardenal Baltazar Porras.
—¿Qué significa una canonización, cuál es su valor en el siglo XXI?
—El significado fundamental es que ese reconocimiento que hace el Papa, la Santa Sede, convierte al canonizado en modelo y referente universal. Esa es la única diferencia que hay entre beatificación y canonización. Con la beatificación se le rinde culto en el ámbito donde vivió, donde desarrolló su actividad, pero no tiene todavía el nivel de reconocimiento de pasar al calendario universal. A partir del 19 de octubre, día de la canonización, la fiesta de José Gregorio Hernández (JGH) será el 26 de octubre en el calendario universal de la Iglesia. Ese día se celebrará en el mundo la memoria de José Gregorio Hernández.
—¿El 26 de octubre será el día de San José Gregorio Hernández?
—¿Qué aporta el trujillano a un vecindario donde ya están ni más ni menos que Pedro y Pablo?
—Mucho. Por la persona concreta de José Gregorio, por la trascendencia de sus mensajes. No solo lo que sabemos, que fue el médico de los pobres, sino que su mensaje es de un bautizado, de un laico. No era un sacerdote, no era una religiosa, no ocupó en la Iglesia ningún cargo; y, sin embargo, su trascendencia es mucho mayor porque él era un cultor de la paz y de la convivencia entre distintos. Prueba de ello es que no tuvo empacho en trabajar con Luis Razetti y con otros médicos que podían creer [en Dios] o no, pero lo que los unía era la salud de los venezolanos, el bien de los venezolanos, que está por encima de cualquier cosa. Por eso, tras su muerte, los primeros testimonios fueron de no practicantes como el doctor Razetti, quien era agnóstico, o el de Rómulo Gallegos. Ellos sabían que en aquel hombre había algo distinto, difícil de entender, algo admirable.
—¿Usted intervendrá también en ese evento de la Universidad Lateranense?
—Sí, e insistiré en que el mensaje de José Gregorio Hernández tiene una gran actualidad. No es un santo del pasado. Por el contrario, en un país dividido, en un país con intolerancia, el personaje que más une a los venezolanos, sean creyentes o no, estén por un lado o por otro, es él.
—¿Por qué se tardó tanto esta canonización si, como usted dice, los méritos estaban clarísimos?
—La explicación es muy sencilla: en Hispanoamérica no tenemos tradición de hacer causas de santos. La de José Gregorio fue la primera causa de santos que se abre en Venezuela y se abrió treinta años después de su muerte. Hay que cumplir muchos pasos y, nosotros, que podemos ser un poco folclóricos, creímos que bastaba con afirmar que se habían producido milagros. Eso hay que documentarlo, presentarlo según unos códigos establecidos; en fin, cumplir con una serie de normas muy estrictas a las que se le fueron dando largas. Pero tuvimos la suerte de llegar a Caracas, donde pude formar un buen equipo y, bueno, se echó adelante la causa, cumpliendo todo y, claro, machacando las cosas.
—Usted hizo, entonces, un expediente ya no folclórico sino profesional.
—Y tanto el papa Francisco, tras leerlo, me dijo: “Estamos aquí ante un gran santo, que tiene una gran actualidad para el mundo de hoy”. El papa Francisco me comentó que había oído de un médico venezolano muy milagroso, pero que no tenía mayor información.
—O sea, que también se había fallado en las comunicaciones, en echar el cuento de José Gregorio.
—Es posible. También porque quien ha hecho santo a José Gregorio es el propio pueblo. Pero ya esa tarea, la de las comunicaciones, está cumplida también.
—Hay algo que llama la atención y es el hecho de que usted se codea con papas y es quien lleva los archivos probatorios de la santidad de José Gregorio, pero su nombre no aparece en la programación adelantada por el gobierno de Maduro a propósito de la canonización.
—¿Quién? Dónde. No, yo estaré al lado de León XIV.
En este punto, el cardenal Porras parece perder la energía demostrada desde el comienzo de la conversación. De pronto, luce cansado, se contorsiona para buscar su celular perdido entre los cojines del sofá. Ubica el aparato y le echa un vistazo sin interés. Es evidente que le he planteado un asunto que lo aburre.
—Estaré en el Vaticano, al lado de León XIV —responde, por fin.
El rol del cardenal Baltazar Porras en el proceso de canonización de José Gregorio Hernández ha sido protagónico y fundamental en la etapa final de la causa. No por nada ha sido identificado como el principal promotor, el líder estratégico de la causa del beato en su ruta hacia los altares. Para empezar, no se sentó a esperar que llegara un milagro, sino que lo buscó, lo consiguió, lo documentó y llevó las carpetas al Vaticano. Su llegada a la Arquidiócesis de Caracas, de hecho, significó un cambio radical en la dinámica del proceso, al que se dedicó, y su cercanía con el papa Francisco ha sido destacada como un factor clave para acelerar el proceso.
Aunque el postulador (en Roma) y el vicepostulador (en Venezuela) son los encargados técnicos, Porras, como arzobispo de Caracas (la arquidiócesis donde ocurrió la causa del milagro) y como cardenal, es la figura de más alto rango que ha impulsado la causa y representado, ante la Santa Sede, el fervor y la voluntad de la Iglesia venezolana y del pueblo. La canonización ha sido la máxima prioridad de su gestión, lo que explica que la causa de Hernández, en proceso durante décadas, se agilizó y entró en etapa final con la intervención de Porras como catalizador para la culminación exitosa. Eso lo sabe el mundo entero y los cielos también.
—Hay una serie de obispos aquí, en España, pero también en países de toda América Latina, pidiéndome que vaya a presidir misa por José Gregorio. Pero les he explicado que no puedo, porque voy a presidir, el 26 de octubre en Isnotú, esto es, en su fecha de nacimiento y en su pueblo, los eventos que están preparando los trujillanos, que ciertamente se están botando de lo bien que lo están haciendo. Y es que ahora Isnotú se convierte en un sitio de trascendencia no venezolana, sino universal.
—Se ha dicho que en la tardanza en canonizar a JGH influyó el hecho de haber sido cooptado por las llamadas “cortes malandras” o algo así.
—Conviene distinguir el arraigo popular del culto a José Gregorio en contraste con quienes hacen un uso mercantil de su figura. De la fe de la gente, en la intercesión del médico piadoso ante Dios para sanarlos, dan fe los miles y miles de placas que los creyentes llevan a Isnotú. Son miles y miles, ya no hay dónde ponerlos. Y en La Candelaria hay más de cinco toneladas de milagritos, figuritas que representan partes del cuerpo que han sido sanadas gracias al concurso del santo de la empatía. Por eso a José Gregorio no hay que hacerle propaganda ni publicidad, porque su solo nombre atrae a miles y convoca la fe y la emoción. Desde el Concilio de Trento, del siglo XVI, a nadie se le puede rendir culto dentro de la Iglesia mientras no sea declarado santo. Con JGH ha ocurrido que, en el momento en que la Iglesia ha reconocido la santidad pública y que se puede rendir culto, ha disminuido enormemente el negocio de quienes quieren aprovecharse con él.
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