Francisco González Cruz
Monseñor Baltazar Enrique Cardenal Porras Cardozo es un claro ejemplo de armonización entre la iglesia universal y la enorme diversidad que emerge en el culto popular de las iglesias locales. Es baquiano en la Santa Sede, pero también en los barrios y aldeas de ciudades y campos de donde le ha tocado ser pastor de almas, o cumplir misiones pontificias.
Y esta armonía no solo se traduce en una praxis que lo lleva a tantos y tantos lugares, desde los que se concentra el poder global de la Iglesia hasta más remotos donde en una capillita se expresa el culto en una familia campesina. También en el conocimiento profundo de la doctrina cristiana, hasta el estudio amoroso de tradiciones locales, la biografía de sacerdotes y religiosas que silenciosos vivieron la fe en una callecita de la ciudad o en la vereda de un campo, o las sabias aportaciones de curas o mojas que enriquecieron el patrimonio teológico.
La existencia de una iglesia universal, con una doctrina y unas autoridades globales que supervisan la doctrina y designa los obispos de todo el mundo, existen también las expresiones locales fruto de las mil realidades distintas, en contextos culturales diferentes. Y, como en todas las organizaciones humanas, aún en las de inspiración divina, hay posiciones extremas: Los que no aceptan ninguna diversidad en un culto que debe ser igual en todas partes, hasta los que todo lo permiten.
Son muchos los esfuerzos que se han realizado para conciliar las dos tendencias, sobre todo desde el Concilio Vaticano II y la activación de las conferencias episcopales por grandes regiones del mundo, como las de América Latina que era tan fecunda y se reunía más o menos cada 10 años pero que ya tiene 18 años sin hacerlo, y las conferencias por cada país. La tendencia es la “Sinodalidad”, que es un proceso que implica mayor participación de las distintas personas y comunidades de la iglesia, en camino y encuentro.
El Cardenal Porras ha encarnado ese espíritu sinodal en el propio terreno de los hechos. En Mérida y en Caracas, donde ha sido su labor como obispo, su presencia ha sido activa en los templos, en las ciudades y aldeas, en las universidades y academias, en las festividades religiosas y en los eventos culturales, en el participar en las protocolares reuniones formales de congresos y en el llano compartir en la cocina de un rancho. Y en la dedicada labor intelectual de documentar todo aquello en una fecunda producción de crónicas, biografías y escritos para que el olvido no gane la partida. Y en la motivación para que otros documenten y publiquen sus crónicas en una labor editorial que no tiene punto de comparación en Venezuela.
El Cardenal Porras se echó al hombro la beatificación y canonización del Dr. José Gregorio Hernández, con la claridad de que este trujillano universal representa una síntesis de ese espíritu cristiano, como lo siente la mayoría del pueblo venezolano. Reunió un buen equipo, movió sus relaciones, hizo del trabajo, una vez beato distribuyó sus reliquias por todo el país y en el exterior. El resultado es que ahora es San José Gregorio Hernández.
Monseñor Baltazar Enrique Cardenal Porras Cardozo es un excelente ejemplo de cómo se puede nadar bien en las aguas comunes de la iglesia universal, y en las particulares de cada lugar del mundo. En los sagrados recintos de los templos y en los profanos espacios del mundo secular.
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