CARABOBO 1821: HISTORIA Y LUZ (Fragmentarias) | Por: Alí Medina Machado

Carga de caballería. Óleo/Tela. Arturo Michelena (1890). Fundación John Boulton. Caracas

 

 

I VISIÓN DE LA PATRIA. El valor venezolano es reiterativo a través de la historia. Nuestro país ha sido una fuente de acciones permanentes para la consolidación americana. Este hecho se ha dado en el pasado y se sigue dando en el presente, como decir, que la patria ha sido de nobleza, creada por el valor supremo del hombre, que en ella ha vivido para la acción y la construcción; para la acción cuando la patria estaba por hacerse, cuando hubo que enfrentarse a las armas del conquistador español y decirle que este país había nacido predestinado para regirse por sí mismo; y, después, una vez consolidada la jerarquía integral de su autonomía política y social, aparecería el hombre forjador de mentalidad y de ciencia, para labrar un destino que ha venido en los siglos, conformando una nacionalidad consolidada y plena; vigorosa y esperanzadora.

La grandeza venezolana viene desde siempre. Es patria de gracia y fuente de virtudes; en sus paisajes y en sus hombres, en sus batallas y en sus ejércitos, en el civilismo y en el intelecto… “Fuente de huertos, pozo de aguas vivas…” Como se asienta poéticamente en el Cantar de los Cantares.

La República venezolana había costado tanto. Si revisamos a vuelo de pájaro aquellas páginas cargadas de dolor, que se inscriben entre los años de 1812 y 1821, vemos con suficiencia el sufrimiento nacional, el cúmulo de batallas, acciones políticas, convenciones, planes y programas, delaciones y traiciones, arremetidas de la naturaleza, derrotas físicas y morales, que dan cubrimiento a la causa patriota y que muchas veces se tornó en desespero para aquellos hombres, que renunciando a los placeres mundanos de una existencia fácil, habían jurado fidelidad por la Independencia de su suelo aborigen y se habían sobrepuesto a tanta fatalidad, para llegar hasta lo último en obsequio de la difícil libertad. Aquel tropel de sucesos dolorosos, que aún los sentimos a tantos años de distancia, cuando leemos las paginas de los libros de historia nacional; nos hace pensar, que nuestros héroes estuvieron  modelados con los metales que forjaron los dioses. Ciertamente, parece mentira, que seres mortales, como eran ellos sin duda, pudieran sobreponerse a tan grande iniquidad, y resurgir con brios de la ceniza a que se vio reducida la patria en diversas ocasiones, para, al final, brindar la gran  batalla decisiva, que permitió en el atardecer de Carabobo, sellar la libertad de Venezuela, en impresionante acción que labró el destino definitivo de nuestro país.

Aquella resistencia a la derrota, aquella oposición al fracaso, que se vivió en el largo trecho que nos habla de las pérdidas reiteradas de lo que se había logrado producto de la lucha y la negociación, iba dejando, sin embargo, un significado moral de la causa republicana. En el surco que la sangre de nuestros soldados abría sobre el suelo nacional, se sembraba también la planta de la libertad, que regada por las acciones guerreras y políticas sucesivas, iba a fructificar en fruto grande y definitivo en Carabobo, sitio en el cual nuestros padres unificaron sus espíritus  y sus voluntades, para expulsar con una prontitud que engrandece el valor de nuestro Ejército, a la totalidad de las huestes imperiales que aún osaban plantar sus pies sobre el bizarro suelo venezolano.

De modo que el momento de Carabobo, no fue la improvisación de un día ni de una hora, sino la sumatoria de la misión nacionalista propuesta en el tiempo y el espacio, ya que la patria con la vibración de sus acciones, llevaba sus latidos de gloria hasta su propio corazón continental que fue precisamente, aquel solar de Carabobo, en el día glorioso del 24 de junio de 1821.

II EL IDEARIO DEL HÉROE. En aquel año inmortal, que comenzó en paz acordada y finalizó en paz conquistada, encontramos a Venezuela dueña de un cielo completamente azul, consecuencia de la tranquilidad, de la tregua acordada en los Armisticios de Trujillo. No obstante, el sentimiento de la guerra anima más a los pobladores que el sentimiento de la paz. Ambos bandos conocen con propiedad que aquella calma es ficticia y momentánea, que en cualquier momento se prenderá nuevamente la mecha que anunciará el combate. El ejército español se prepara, cuenta con once mil hombres acantonados en las ciudades de Calabozo, Barquisimeto, El Tocuyo, San Carlos, Caracas y los Puertos de Maracaibo, La Guaira, Cumaná y Puerto Cabello. Miremos el mapa de Venezuela extendido sobre nuestros ojos y nos daremos cuenta que la geografía anuda al ejercito español en el centro del país, fundamentalmente. La geografía nacional entonces, también fue el elemento que se sumó a la gloria de Carabobo, y es como una visión premonitoria de que las hostilidades postrimeras se rindan en el corazón geográfico del país, que no era otro que el paisaje vital de Carabobo.

Los senderos de la gloría universal se abrieron en aquellos momentos para la figura preclara   de nuestro Padre Libertador Simón Bolívar. En los mismos promontorios del paisaje aparecía su acción dirigente para conducir a sus ejércitos hasta la última consecuencia de la victoria. Bolívar el estratega consumado, llegaba al momento definitivo de su gloria como guerrero, a una batalla crucial que no tenía un  ápice de improvisación, porque él y su estado mayor, la habían preparado minuciosamente con mucha anticipación. Su espíritu templado para lo grande y para lo hermoso, como lo testimonian las palabras del elogista; su confianza en la fuerza, la voluntad y la vocación de su ejército; su corazón que no conocía tregua para el arrojo, su voluntad que no desmayó en los días aciagos de la emigración forzada, todo estaba allí palpitando en el clímax de su ánimo, para darle la libertad a su Patria, y hacerla libre y soberana, como era el acatamiento que debía a su propia ideología templada en tan diversas circunstancias, así como en el corpus doctrinal que había venido escribiendo con el paso de los años.

Bolívar, que había  aprovechado las circunstancias providenciales del Armisticio, según lo escrito a Santander, preparó con suficiencia su Ejército para este momento. ¡Qué Ejercito mayúsculo para no retroceder un ápice en la búsqueda de la Victoria! ¡Qué fiereza la de aquellos hombres confundidos generales, oficiales y soldados en la búsqueda común de la victoria! ¡Qué arrojo  el de aquellos comandantes, que arrodillados pie en tierra, muchos de ellos heridos de muerte, conforman un bloque humano que detiene el avance de las huestes realistas.

Bolívar  el estratega había planificado fielmente la memorable acción, y había considerado los hechos precedentes ocurridos en España, sobre todo la revolución de Riego y Quiroga, del 1 de enero de 1820, en Cádiz, que había comprometido a los oficiales reclutados para reforzar los ejércitos que luchaban en América. Y si a esto sumamos el interés demostrado por las autoridades españolas para la firma del Armisticio, era claro suponer, como supuso Bolívar, que España no estaba en condiciones de exponer más contingentes de tropas en las colonias americanas. Estas contingencias como vemos, fueron providenciales para la causa independista.

Hagamos  también elogio a los jefes patriotas que tan destacadamente actuaron en aquella memorable ocasión. La unidad entre ellos fue un factor determinante. Y esa unidad era producto de la fe en la Patria, del amor por el suelo de origen. La fibra venezolanista afloró en el corazón de todos aquellos comandantes para que cada uno de ellos cumpliera de la mejor manera el destino que se le había acordado. Bien que supieron cumplirlo, con la precisión y la oportunidad que les dictó el profundo conocimiento que tenían del arte de la guerra. Aquellos comandantes fueron un impresionante despliegue de valor heroico. Multiplicaron las fuerzas activas de su mente y de sus músculos para hacer más enardecedora la batalla. Hicieron aplicar todas sus reservas físicas y espirituales para sembrar con su sangre y su ejemplo, la mejor definición de la libertad. De allí deviene entonces el significado moral que tiene la expresión “Padres de la Patria”.

Tenemos, entonces, que “la unidad entre los jefes patriotas fue uno de los baluartes de esta Campaña Maravillosa donde todos estuvieron atentos a la palabra de Bolívar. Armas, municiones, uniformes y calzado fueron sus inmediatas preocupaciones, sin descuidar por un momento las maniobras y estrategias que debían desplegarse en todas partes. Desde San Carlos le imparte órdenes a Páez, Bermúdez, Ambrosio Plaza, Cruz Carrillo (……..). El ejército del norte, oriente, occidente, todos los ejércitos de la República, van a decidir de una vez por todas, la libertad del país. Sus operaciones han de ser simultáneas para que sea pronto y feliz el resultado”.

Aquel creciente fervor de lucha hizo que la batalla durara lo que un relámpago. Los soldados de la patria, incontenibles, dieron fácil cuenta de los agresores, los que, jugándose su última carta, dieron fiero combate, para al final caer abatidos por las armas de los fieles hombres de uniforme, hijos del pueblo, que mezclaron sus fuerzas hermanadas para “plantar la libertad donde existía antes la tiranía”.

En las sabanas de Taguanes, el día previo, o sea el 23 de junio, prepara Bolívar a sus hombres. Allí alineó el Ejército. Con 6500 soldados. Por primera vez uniformados. Era la hora suprema, el minuto definitivo en la inmensidad del tiempo de la Patria. Allí estaba la realidad de su sueño de libertad, y por eso será, que en las pinturas que eternizan la acción, el cielo de Carabobo aparece sumamente claro, en la claridad del blanco y el azul que conforman sus nubes. Allí estaban los distintos componentes de su Ejército, con sus respectivos uniformes distintivos, desde el infante, pasando por el lancero, el artillero hasta llegar al imponente miembro de la Guardia de Honor del Libertador. Allí están estos soldados de la patria libre próxima a nacer. Debemos decir que aquellos no fueron soldados improvisados, no era un Ejército reclutado al azar, sino formado en el arte riguroso de la guerra, ya que desde 1818, venían recibiendo instrucciones militar de jefes británicos  y “ahora estaban allí listos a una batalla de nación a nación”.

Por esta consideración, Bolívar, acaso poseído de una emoción indescriptible, arenga a sus soldados. “Os considero dignos de pelear al lado de los hijos de Albión. Habéis comprobado vuestro valor en cien batallas. Habéis triunfado de la miseria y de la muerte. Mañana seréis invictos en Carabobo”.

Sigamos en el accionar de la batalla al General Soto Tamayo: “Las unidades realistas estaban bien entrenadas y tenían experiencias guerreras adquiridas en campos de batalla europeos; pero ahora iban a enfrentarse por primera vez en Venezuela, a un ejercito regular, entrenado para la maniobra y conocer a los procedimientos tácticos empleados por el enemigo”. Dice luego el analista militar: “Los realistas ocupaban la parte más poblada y rica del país, tenían aseguradas las comunicaciones  con el exterior y contaban con vías interiores favorables, lo cual facilitaba la solución de los problemas de abastecimiento de su ejercito. El estado de armamento y equipo podía considerarse satisfactorio”.

Vistas estas consideraciones del General Soto Tamayo, pensamos entonces en lo ciclópea que fue la acción cumplida por nuestro ejército, al derrotar a un enemigo poderoso que gozaba de todos los privilegios del momento, tanto en lo territorial como en la dotación técnica del Ejército. Todas las ventajas fueron superadas por los patriotas, porque cada paso había sido previamente estudiado minuciosamente, hasta en el último detalle. Así, los planes del Libertador fueron cumpliéndose con exactitud, y esto desconcertaba  cada vez más al comando realista, que no sabía qué responder a las iniciativas y operaciones tomadas por el Libertador. Las decisiones de los realistas carecían de lógica; sus reacciones siempre fueron tardías. Había como una especie de desánimo moral entre aquellos hombres, que siendo miembros de comandos experimentados y de unidades bastante calificadas; no obstante, daban muestras de improvisación, se apresuraban por momentos, y vacilaban como si realmente carecieran de un plan previo de operaciones.

III. EL 24 DE JUNIO. El día 24 de junio de aquel memorable año venezolano, el ambiente de Carabobo estaba soleado. Un fuerte sol, dicen los historiadores, alumbraba aquellos campos desde la mañana. La batalla de la libertad fue ganada en pleno mediodía.

El combate se da en plena efervescencia. Está próximo a brillar el sol de la libertad. El Ejercito Venezolano libra su mejor combate. El “Hostalrich” y el “Infante” refuerzan al “Burgos” que ha caído como centella sobre el “Bravos de Apure”. Todo allí era solo camino de lucha en la búsqueda de la victoria. La confusión enreda la trama de ambos bandos que estrechan sus posiciones “Se parten las bayonetas. Se encienden los ánimos y realistas y patriotas resuelven combatir de hombre a hombre”.

En este momento el valor del soldado venezolano queda fuera de toda duda. El arrojo de los hombres del ejército nacional es inaudito, y uno a uno, van cayendo a sus pies soldados españoles moribundos, que en el final de la terrible jornada habrá que contarlos por miles, tal cual lo afirmaría el parte del Libertador, dado al final de la batalla: “El ejercito español pasaba de seis mil hombres, 400 habrán entrado a Puerto Cabello. El ejército libertador tenía igual fuerza que el enemigo, pero sólo una quinta parte de él ha decidido la batalla. Nuestra pérdida olorosa: 200 muertos y heridos”.

Tal es, en síntesis, la desproporción manifiesta en las pérdidas de ambos bandos. Y es que no podría ser menos la gloria de nuestro ejército, porque el mismo, luchaba por la libertad de la Patria pareciera como si convirtiera en impenetrables los cuerpos de los soldados.

Muy poco duró el clímax del combate; una hora solamente  costó a los patriotas obtener resultados tan importantes, al mismo tiempo que causar al enemigo cerca de 3000 bajas. En nuestro ejército las bajas no llegaron a trescientas.

Cedamos la palabra al notable historiador venezolano Rafael María Baralt, para que resuma con su galanura de estilo, la gran victoria de Carabobo. Esta victoria, dice, “obtenida con sólo una parte muy pequeña del ejército colombiano, fue completa y brillante: ella coronó al cabo de once años, la empresa que Caracas empezó el 19 de Abril de 1810, fue gloriosa para las armas de la república y su Jefe, de gran prez y honor para Páez y de inmortal renombre y fama para la Legión Británica que contribuyó poderosamente a ella, haciendo prodigios de valor. El Congreso, reunido ya en el Rosario de Cúcuta, decretó a Bolívar y al Ejército los honores del triunfo y ordenó que el Hijo Ilustre de Caracas fuese colocado en los salones de la Cámara Legislativa con esta inscripción: “Simón Bolívar, Libertador de Colombia”. En todos los pueblos de la Republica y en las divisiones de sus  ejércitos se dedicaría un día del año de regocijos públicos en honor de la victoria de Carabobo. A Páez se le concedía el empleo de General en jefe que “por su extraordinario valor y sus virtudes militares, le había ofrecido el Libertador a nombre del Congreso, en el mismo campo de batalla,”. Y finalmente, entre otras cosas, se ordenó levantar una columna ática en la llanura de Carabobo para recordar a la posteridad la gloria de aquel día y los nombres de Bolívar, de Cedeño y de Plaza”. Hasta aquí la narrativa de Baralt.

IV, CARABOBO: Es historia y luz. Carabobo, sigue siendo una lección de venezolanidad. Así como en sus campos se labró el destino inicial de nuestra patria, así mismo en los campos contemporáneos tiene que lograrse la victoria de nuestro definitivo desarrollo y el progreso; de la cultura y de la paz.

Carabobo tiene que ser un lucero de historia que nos guíe para laborar con efectividad por nuestra nación, que nos permita seguir empeñados en conseguir la gran victoria de la democracia y de la justicia social.

Carabobo debe seguir siendo una eterna clarinada de venezolanidad, el orgullo de nuestra patria grande, el grito incontenible de un país que tiene el compromiso moral de sostener muy alta aquella herencia libertaria. .

 

 

 

 

 

 

 

 

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