Con el fin de prevenir y controlar los problemas de salud en la sociedad, la epidemiología estudia los factores que en ella inciden, describiendo la situación sanitaria de las poblaciones. Una rama de ésta, la epidemiologia social, incorpora las desigualdades sociales a la investigación, para ayudar a establecer por qué y cómo un contexto social determinado podría afectar al proceso salud-enfermedad. Berkman & Glass (2000) agregan que la misma “estudia la distribución social y los determinantes sociales de los estados de salud… Nos enfocamos en fenómenos sociales específicos, tales como estratificación socioeconómica, redes de relaciones y apoyo social, …”.
Otras ramas de la epidemiología, como la nutricional y la ambiental, son de orientación similar a la social, en vez de investigar enfermedades específicas, como es el caso de la epidemiología cardiovascular. En cuanto a enfoques para la medición de la influencia de las relaciones sociales en la salud y la longevidad, los siguientes componentes son evaluados, frecuentemente (Holt-Lunstad, 2015): 1. El grado de participación en redes de relaciones sociales; 2. El apoyo social que resulta de interacciones sociales; y, 3) La percepción del apoyo potencialmente disponible. Estos enfoques son de tres tipos, fundamentalmente: estructurales, funcionales y combinados.
El Dr. Valentín Fuster, cardiólogo de reconocida trayectoria, director general del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC, Madrid, España) y conferencista internacional, nos habla de cómo la mala alimentación es una de las causas (siendo en total siete los factores) del infarto de miocardio y del infarto cerebral. Conforma, al lado de fumar y la falta de ejercicio, los llamados factores de conducta. Por una parte, nos dice: “El corazón sirve para dar cantidad de vida. El cerebro sirve para dar calidad de vida”. Luego, agrega que “el adulto necesita de otros adultos para funcionar”; es decir, un individuo para poder cambiar su vida de manera sostenible necesita del apoyo de otras personas (familiares, grupos o comunidades): relaciones sociales.
Todos sabemos que está suficientemente comprobado el grave daño a la salud que produce el aislamiento social, pero muchos no saben cómo ha sido medido, científicamente, ese deterioro. Se estima que la carencia de relaciones sociales conlleva un riesgo similar a fumar hasta unos 15 cigarrillos por día; además, ese riesgo es considerado mayor al que representa el abuso de bebidas alcohólicas, un estilo de vida sedentario, la obesidad y la contaminación del aire, entre otras comparaciones establecidas. Nuevamente, evitar ese potencial daño a la salud depende de nosotros mismos; por eso, debemos crear y mantener una red útil de relaciones sociales.
Otro asunto de interés es el rol de las tecnologías en la comprensión del funcionamiento de las redes de relaciones interpersonales y su impacto en la salud. En particular, hemos empezado a trabajar en la conceptualización de redes de Telemedicina, usando la Tecnología Social SAI. Como ya lo hemos señalado, el grado de interconexión de los individuos y de imbricación en su comunidad son indicadores de su estado de salud y el de la sociedad de la que forman parte; y, por eso, debemos incorporar tecnologías que faciliten esos procesos. Además, no olvidemos que la integración social en la senectud es tan o más importante que en la juventud y la adultez.
Referencias:
Berkman, L. & Glass, T. (2000). Social integration, social networks, social support, and health. In: Social Epidemiology.
Holt-Lunstad, J. (2015). Social integration, social networks, and health. In: International Encyclopedia of the Social & Behavioral Sciences (Second Edition).
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