“nadie se ilumina fantaseando figuras de luz, sino haciendo consciente su oscuridad” C. Jung
Hacer consciencia de la propia oscuridad, es tarea permanente que también nos enseña la frecuencia con la cual estamos más dispuestos a “mirar la paja en el ojo ajeno sin mirar la viga en el propio”; es necesario estar alerta con las cegueras de la ilusión que favorecen el error, la mentira y el autoengaño. La consciencia es frágil; nuestra mente trata de desechar lo que nos duele o desagrada y al contrario nos inclina hacia lo que nos agrada y da placer; la memoria y el olvido selectivos operan constantemente sobre nuestra mente consciente, en la cual también opera algo fundamentalmente “inconsciente”; de manera que semejante complejidad, demanda ese esfuerzo del ir “haciendo consciente su oscuridad”; Carl Jung nos propone en esta frase, un camino de constante alerta y esfuerzo –“haciendo consciente”, (les remarco el gerundio como tiempo verbal de la continuidad en la acción), a la par de la consciencia para desechar la fantasía de las ilusiones en luces fugaces.
Los pueblos en su “ser colectivo” son frágiles en esa opción, más aun cuando encuentran en sus conductores, fantaseadores discursos sostenidos en la ilusión. Se repite con frecuencia: “un pueblo ignorante de su propia historia es presa fácil de su dominación”; la atención, el estudio, la reflexión consciente de nuestra historia social y las interacciones internas y externas son necesarias para elevar la consciencia del sentido histórico como pueblo. En anterior artículo (“¿fanático yo?”) presentamos la ceguera del fanatismo y algunas de las severas consecuencias, individuales y colectivas, de las que la historia reciente de la humanidad revela de modo dramático con crecientes muestras de intolerancias y rechazo, en una incitada emocionalidad de aversión y culpas.
En las inclinaciones emocionales que nos desvían el esfuerzo por la conciencia, hay posiciones que nos llevan a estados de ánimo perturbadores; es frecuente que alguna frase o slogan, se repitan e instalen como mensajes de emoción sin hacernos reflexión, con lo cual van a intoxicar nuestra mente, haciéndonos optar por posiciones fijas en el modo de mirarla, con fantasías que la deforman e impiden la conciencia de los espacios de ceguera en la ilusión y el auto engaño.
Recientemente en las redes, un mensaje de varias frases sobrepuestas muestran el cambio de ánimo en la mirada a la realidad, según sea leída de arriba hacia abajo o al revés. Las transcribo:
Esta situación es insuperable
Es absurdo pensar que;
Vamos a salir de esto;
Tenemos que rendirnos y dejar de luchar:
Se equivocan quienes creen que;
Todo este esfuerzo merecerá la pena.
Al hacer el ejercicio se puede notar cómo cambia el sentido de lo que expresan las mismas palabras y la emoción que provocan, porque en la forma de mirar las cosas está la magia de la vida; ellas nos inclinan hacia el pesimismo o hacia el optimismo ante la realidad que afrontamos.
Hay una frase donde se expresa: “el pesimista y el optimista concuerdan en que ambos no ven la realidad tal cual es, la diferencia está en que mientras el optimista es un imbécil feliz, el pesimista es un imbécil desgraciado”; esa frase la repito con frecuencia ante el argumento de algunas personas, cuando esgrimen una posición frente a la realidad que expresa rabia, catástrofe, e imposibilidad de caminos hacia nuevos y mejores horizontes. Ciertamente ante la opción de ser imbécil desgraciado o imbécil feliz, optamos decididamente por la de ser “¡ optimistas !”. Seguramente muchos de ustedes habrán hecho la misma opción por el optimismo, lo cual es bueno para el ánimo positivo.
José Saramago, ese extraordinario narrador lusitano quien con su grata literatura nos propone cuestionamientos conmovedores sobre la realidad, expresa otra mirada sobre el pesimismo al escribir: “Los pesimistas son los que pueden transformar la realidad con la cual están insatisfechos; mientras que los optimistas están satisfechos con la realidad que existe”.
Esa posición tampoco nos resuelve el asunto; frente a ambas miradas, otros nos hablan de ser realistas, como si la realidad para los humanos fuese algo distinto de la relación que se establece entre quien la aprecia y lo que ella le despierta. La realidad no es algo que está allí, de manera fija, determinada y determinativa; el mundo donde vivimos es un espacio de relación interactivo y de cambio persistente como nos advirtió Heráclito “lo único permanente es el cambio”; de manera que la realidad no establece una verdad absoluta. Tampoco lo es porque alguien muy famoso o sabio lo dijo, como nos recuerda Maturana, “todo lo dicho siempre es dicho por alguien”. De tal modo que en propiedad no sabemos cómo son las cosas en la realidad que observamos; sólo podemos expresar cómo las interpretamos y lo que ellas despiertan en nosotros, los vínculos que hacemos y la coherencia con otras proposiciones que aceptamos como válidas; las emociones que nos destapa y vincula con nuestra historia personal. Todo eso lo expresamos no solamente con las palabras, también con las emocionalidades que nos des-encadenan y se nos “in-corporan”; se expresan en la corporalidad física, la de nuestra estructura de pensamiento y de nuestra personalidad.
De manera pues que lo trascendental no es la opción entre optimismo, pesimismo y realismo, sino la acción que nos surja de la apreciación de la realidad que afrontamos; lo que nos mueve a la consciencia de su existencia y le da significación en nuestra vida; aquello que le hace “diferente”, por lo cual le distinguimos en la multi-diversidad con la que se nos presenta el mundo. Este tiempo de pandemia, confinamiento y elevados niveles de incertidumbre, reclama el ejercicio consciente de la reflexión y de la autoconsciencia del sí mismo en cada uno, de la consciencia de la existencia de la otredad (del “otro” y de “lo otro”); de la conciencia que existimos con los otros en un espacio diverso y relacional donde nos elevamos en la condición humana en la medida de la calidad de esas relaciones; por tanto, cuando esas relaciones son de baja calidad, hay un deterioro de la vida que nos “des-integra” individual y socialmente.
Ver, observar y mirar son vocablos que podríamos decir sinónimos, sin embargo hay diferencias sutiles entre ellos que nos ayudan para el discernimiento de su esencial significado. Ver es percibir con los ojos; observar abarca una descripción de lo que vemos y distinguimos con la observación; mirar es lo que te produce admiración en tu sistema de pensamiento, responde a lo aprendido en tu historia personal, familiar, social, de tus experiencias y conocimientos previos y te provoca una nueva percepción, te ilumina y permite una nueva mirada. Este tiempo de crisis nos exige un cambio de mirada para atender la salud física, mental y espiritual, como individuos, como sociedad y como especie humana.
Gran parte de nuestra actividad intelectual y conductual la hacemos de modo inconsciente y los asomos de la consciencia están estrechamente vinculados con ese trabajo del inconsciente; la condición humana permite la reflexión del momento de consciencia y con ello retro-actuar sobre nuestra inconsciencia; es en ese continuo ir y venir de la consciencia y la inconsciencia donde se desarrollan los procesos de surgir como personas y como sociedad. La consciencia es subjetiva, pero ese proceso que se genera en cada uno (el sujeto) en la medida que le permite considerar objetivamente su propio pensamiento, sus acciones, su propia persona y circunstancias, le dispone a un relacionamiento retroactivo que lo “re-integra” en sí mismo y en el mundo. La autoestima es un acto de amor a sí mismo en la medida que nos elevamos en la consciencia del ser que somos; auto-valorarnos en la evidencia de nuestras potencialidades y debilidades y comprometernos en el esfuerzo constante de cambiar la mirada con la certeza que podemos transformarnos para superar las situaciones que nos dañan e impiden. También en los sistemas sociales humanos, cuando sus integrantes cierran su voluntad al encuentro, se des-integran en el des-amor; si no se hace consciencia reflexiva y colectiva de esa situación, las sociedades naufragan en la miseria material, moral y espiritual, por lo que los costos humanos perdurarán por varias generaciones. No hay cambio social si no hay un cambio de conducta de sus integrantes y de modo especial los de mayor relieve, cuyo ejemplo marca conductas colectivas. Ese modo de reflexión consciente de nuestra oscuridad nos provoca, nos conmueve y abre puertas hacia el compromiso con la transformación personal, social y de la especie humana.
La inconformidad como motor de la historia es una clave importante que puede ser oportunidad para avanzar en la transformación de la realidad lo que a su vez nos coloca en un espacio de incertidumbres que exige pensar, reflexionar, visualizar, y organizar espacios de encuentro que permitan orientar incertidumbres y conductas para encauzar la vida personal, familiar y social a salidas con calidad humana y al desarrollo de políticas con genuino sentido democrático. ¡El cambio es cultural o no es!