Al releer mi columna anterior, «Medio ambiente y conciencia de sí», tomé conciencia de que no había hecho una advertencia fundamental a los lectores: coherente con mi opción filosófica constructivista radical, con estos escritos no pretendo hacer un argumento completo, rigurosamente estructurado y fundamentado, sino tan solo invitar y motivar a una reflexión.
¿Se acuerdan de la visión optimista de Fukuyama en su libro «El fin de la historia y el último hombre» que en 1992, post caída del muro de Berlin y el supuesto fin de la «Guerra Fría», generó gran impacto? El modelo político y económico estadounidense, con adaptaciones a las especifidades culturales e históricas de cada país, nos aseguraba una forma de organizar las naciones que garantizaría una fase de mayor progreso para la humanidad. Muy poco tiempo después, en 1995, en su libro «Confianza», su visión giró fuertemente. En él, Fukuyama propone que la confianza, que correlaciona fuertemente con Capital Social, que es para algunos el mejor predictor del progreso integral de las naciones, caía, especialmente en Estados Unidos. En 1999 gira nuevamente, esta vez mucho más radicalmente, en su libro «La gran ruptura» que, como su nombre lo indica, no augura un futuro tan positivo como inicialmente postulaba.
El «clima emocional» mundial se ha seguido derumbando luego con la caída de las torres gemelas, las crisis económicas, las guerras fraticidas y fundamentalistas, las dramáticas migraciones y los desastres naturales, entre otras calamidades.
En Chile, también tuvimos un período muy optimista a principios de los 90. Entre otros logros, vimos un alto crecimiento económico, una significativa disminución de la pobreza, un mejoramiento de la democracia, un mayor acceso a la educación superior y una mejor gestión pública. Logramos muy buenos avances también en la búsqueda de esclarecer y hacer justicia en el ámbito de las violaciones a los derechos humanos.
Pese a esto, y de acuerdo a varios indicadores, la alegría no llegó, al menos no como la esperábamos muchos. Rankeamos muy mal en depresión e insanidad mental en general. Somos los más desconfiados de la OECD. La tasa de crecimiento de los obesos se ubica entre las mayores del mundo y, al caminar por las calles o usar el transporte público no observamos caras y conductas que develen alegría y felicidad.
El «clima emocional» chileno tampoco está hoy en un muy buen nivel.
¿No será necesario interpretar el cambio climático global en el contexto del cambio climático emocional? ¿No será conveniente indagar por las raíces profundas del deterioro de este último? ¿No convendría preguntarse por la relación entre éste y la evolución de los niveles de conciencia de quienes lideran el mundo, las naciones y las empresas, en la actualidad.? Y, ¿no será imprescindible, por último, empezar a relacionar todos los dramas del mundo con los indices de «clima espiritual», teniendo en cuenta que el nivel de conciencia es determinante fundamental del desarrollo espiritual.