Breve crónica del encuentro entre La Quebrada Grande y Ecuador

Francisco González Cruz

 

Corría el año 1974 cuando llegaron a mi pueblo La Quebrada Grande dos parejas de ecuatorianos con uno o dos hijos cada una. A la gente le despertó curiosidad sus vestimentas, las mujeres con falda ancha y larga generalmente negra o azul oscuro, la blusa blanca tejida de flores multicolores, especialmente en el pecho, el escote y las mangas cortas. Se adornaban con numerosos collares dorados, grandes zarcillos colgantes y muchas pulseras. Los hombres de pantalón blanco ancho a media pierna, camisa igualmente blanca y un sombrerito de fieltro. Cinturones o fajas de alegres colores. A veces las mujeres llevaban una especie de ruana en la cual, a su espalda, llevaban el niño. Calzaban cotizas negras o azules. Como verán, eran indígenas de Otavalo, una población cercana a Ibarra, en el altiplano.
Llegaron a fundar la Escuela de Hilados y Tejidos por iniciativa entre Corpoandes, la Gobernación de Trujillo y el Ateneo Urdaneta. Montaron un enorme telar de madera, cocinas y grandes ollas para hervir la lana, tintes, montones de lana y todos los elementos que componen el taller que serviría de escuela. Varios muchachos y muchachas se integraron a la novedosa actividad, que venía apenas precedida por los rústicos telares de los páramos, que tejían cobijas y carpetas que se vendía pesadas por libras.
Se inició así una experiencia muy interesante entre las familias ecuatorianas y las quebradeñas, que compartían armoniosamente en el pueblito. Eran unos paisanos más que compartían en la iglesia, la escuela, Ateneo, en la plaza, en los campos. Allí la gente de Otavalo tuvo hijos quebradeños que se criaron con los demás muchachos, hicieron compadres y comadres. Hasta que la inestabilidad típica de nuestras instituciones hizo que muriera de mengua la Escuela, y nuestros amigos se fueron a otros lugares, algunos aún viven en La Puerta, donde son unos vecinos muy activos.
Hoy uno sabe de unas conductas espantosas de xenofobia contra los venezolanos en Ecuador, un pueblo que sí ha sabido lo que es la emigración, y que ha recibido en muchas partes el cariño que han sentido en Venezuela. Y eso duele. También se de encuentros generosos de ese pueblo hermano. Y eso alivia.

 

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