Lima, 18 dic (EFE).- Con 23 muertos en siete días, sus posibles bases rebeladas y un Congreso con escasos simpatizantes que no se abre a su propuesta de adelantar elecciones, la presidenta peruana, Dina Boluarte, se ha enrocado en una defensa institucional de la actuación policial y militar frente a unas protestas, en ocasiones muy violentas, con la que tratará de resistir hasta el término de su mandato.
Las críticas han llovido en su contra, pero especialmente de la que debía ser su base social y política, la izquierda, las zonas rurales de Perú y las organizaciones sociales. En respuesta, ha ratificado la presencia de militares en las calles para mantener el orden público y ha hecho tímidos llamados al diálogo, cuando ya la cifra de fallecidos rozaba las dos decenas.
En un intento por volver a conectar con su movimiento político y las zonas del país de las que salió, la presidenta peruana hizo un discurso este sábado frente a las cámaras en el que prometió escuchar y atender algunas de las diversas demandas e intercaló quechua con castellano.
Sin embargo, la demora en responder a un movimiento social que estalló hace justo una semana, cinco días después del fallido autogolpe del expresidente Pedro Castillo -junto al que concurrió a las elecciones-, le ha alejado, tal vez definitivamente, de sus bases.
LOS EXTRAÑOS COMPAÑEROS DE VIAJE
Boluarte, que se presentó junto a Castillo en la fórmula ganadora de las elecciones de 2021, ha sido testigo de primera mano de los enfrentamientos feroces del Congreso al Ejecutivo que, incluso, la han llevado a ser objetivo de investigaciones inmisericordes durante sus tiempos como vicepresidenta.
«La derecha no nos deja gobernar en paz», llegó a decir en mayo pasado en el Foro Económico Mundial de Davos.
Esa misma derecha, mayoritaria con distintos colores -algunos de ellos muy radicales o conservadores-, es la que destituyó a Castillo tras su fallido autogolpe de Estado y la citó para que, tal y como manda la Constitución, jurase el cargo.
Desde entonces, si bien es cierto que en medio de una gran convulsión social, ha mostrado una cierta cercanía con los integrantes del Parlamento que han salido sin titubeos a respaldar su actuación en las protestas.
Particularmente llamativo han sido las voces sumadas a la defensa de militares y policías. En el Congreso, como parte de las bancadas más derechistas, se sientan tres excomandantes de las Fuerzas Armadas, uno de los cuales preside el Parlamento, y uno del Ejército. Además, la agrupación política más numerosa es el fujimorismo, por lo que no es de extrañar que no haya fisuras en el apoyo a los uniformados.
Sin embargo, que no hayan dirigido sus miradas hacia la presidenta, que dirige las Fuerzas Armadas y la Policía, es tremendamente llamativo, lo que hace que muchos señalen una alianza contra natura (política) o de supervivencia.
Parece que han hecho bueno esa máxima de que la política hace extraños compañeros de viaje.
LA URGENCIA DE ELECCIONES
La frase más escuchada desde hace muchos meses en Perú era «que se vayan todos», una crítica sin piedad que señalaba a todos por igual, Ejecutivo y Legislativo, pero que marcaba con más contundencia al Congreso.
Por eso no es de extrañar que, bajo las decenas de estratos que tiene la protesta peruana, haya una que las unifique a todas: elecciones generales ya.
Boluarte ya ha presentado un proyecto de ley al Congreso, pero este no ha sido escogido con la inmediatez que requiere la coyuntura.
En una actitud casi suicida dada la actual coyuntura, las bancadas del Parlamento -sentadas a ambos lados del hemiciclo- parecen más empeñadas en salvar sus nombres (o sus votos) que en encontrar una salida a la sísmica crisis peruana, tal y como señalan numerosos editoriales de la prensa local en estos días.
Valga una escena: se debatía el adelanto electoral esta semana cuando el congresista Héctor Valer, un primer ministro de Castillo que viró en su opositor, peleaba por el uso de sus palabras en el Parlamento. Perú Libre, el partido autoproclamado marxista-leninista que llevó al exmandatario a ganar las elecciones, le exigía que las retirara.
Inicialmente aceptó eliminar una del diario de sesiones, pero en un provocación más propia de un patio escolar, decidió incluir otra con sentido similar, mientras los perulibristras gritaban.
El presidente del Congreso, el excomandante de las Fuerzas Armadas José Williams, no pudo evitarlo y, con el micrófono encendido, se le escapó un sonoro «puta madre» mientras trataba de controlar el debate.
En la calle morían ciudadanos y las protestas entraban en un bucle de violencia del que pueden no salir en meses.
En ese panorama, el enroque ha llegado a un Parlamento con una altura de debate que choca al extranjero por su bajo nivel, mientras no son capaces de llegar a un acuerdo para convocar elecciones e insinúan (o algunos proclaman abiertamente) que podrían acabar su mandato.
Pocas cosas se pueden predecir en el inestable Perú excepto una, si eso sucede, las calles arderán todavía más.
Gonzalo Domínguez Loeda