Por: Alejandro Mendible
En Brasil se produjo la revolución de independencia más conservadora del continente americano, en septiembre de 1822 el príncipe Pedro regente del Brasil, (hijo del rey portugués Joao VI quien después de la derrota de Napoleón había sido obligado por la revolución de la ciudad portuguesa de Oporto en 1821 a regresar a Lisboa) se niega a acatar la orden de las cortes de regresar a la metrópoli y da el “grito de Ipiranga” pronunciando “la independencia o la muerte” con lo cual, rompe las ataduras de Portugal y de esa manera impide se produzca la regresión política y el desmembramiento del Brasil.
En ese momento se produce un nuevo pacto de poder creado entre el nuevo Emperador brasileño que se encuentra con su corte en Rio de Janeiro y los hacendados esclavistas quienes controlan todas las provincias del Imperio y aceptan al nuevo poder del rey en la medida que este le convalida su poder regional. La finalidad del pacto era mantener la unidad territorial del territorio colonial cuestión que al conseguirse convierte al Brasil como el único país americano que logra preservar todo su espacio colonial y sus habitantes mantienen, además, la lengua y valores culturales portuguesa como factor de cohesión.
En este contexto, el nuevo gobierno nacional convierte el nuevo Estado en el centro de conciliación de las elites de poder y la evolución dialéctica de este entramado de poder crea las bases de sustentación política nacional cuyo fiel lo representa el Emperador quien con el ejercicio personal del “poder moderador” otorgado por la constitución sustenta las bases de la gobernabilidad del Imperio hasta 1889 cuando, se produce un golpe de estado militar.
En la Republica el poder se monta sobre los principio del positivismo “orden y progreso” pero la gobernabilidad es disputada entre la sociedad civil y el poder militar que se considera heredero del “poder moderador” cuando la estabilidad del país entra en turbulencia. Los civiles gobiernan durante el periodo de la “Vieja Republica” hasta la gran revolución de 1930, (considerada la primea revolución nacional). En esa oportunidad colapsa el poder de la oligarquía gobernante del café y continua el poder civil por los derroteros creados por el presidente gaucho Getulio Vargas quien reformula el Estado nacional rural mediante los pactos populistas creados por su movimiento el varguismo para convertirlo en urbano industrial hasta 1964 cuando el ejército brasileño en plena guerra fría invoca la teoría de la Seguridad Nacional para implantar una dictadura para defender el país de la amenaza comunista y asume el “poder moderador” autoritario de la nación por veinte años. Este periodo es calificado por el sociólogo brasileño Rui Marini de “subimperialismo” y el presidente norteamericano Richard Nixon comento a los medios que “a donde se inclinara Brasil allí lo haría el resto de América latina”.
En 1985 la sociedad brasileña conquista sus derechos civiles e impulsa la democratización del país cuestión que a partir de 1994 con la llegada de Fernando Henrique Cardoso (un intelectual de gran prestigio y fundador del Partido Social Demócrata Brasileño (PSDB) al poder y logra la estabilización económica con la nueva moneda, el Real, lo cual, repercute de manera favorable en la recuperación del país. Esta situación virtuosa continúa en 2003 aupada por el presidente Lula el sindicalista fundador del Partido de los Trabajadores (PT) quien manifiesta su voluntad de marchar hacia el socialismo imprimiendo un viraje de orientación nacional al salto que se daba mediado por las condiciones favorables propiciadas por la globalización dominante en la humanidad. Sin embargo, el satisfactorio centro político de estabilización nacional creado entre la izquierda democrática y la socialista garante del desarrollo brasileño del nuevo siglo entre el PSDB y el PT termina fracturado ante las desavenencias ideológicas, el surgimiento de una onda conservadora inconforme con la nueva orientación política y la falta de consenso sobre la inserción de Brasil en el nuevo orden internacional.
En el 2016 se produce un impeachment que saca al lulismo del gobierno y dos años después sorpresivamente gana las elecciones presidenciales el capitán Jair Bolsonaro representante de la ultraderecha, de la posición militar autoritaria asumida en el golpe de estado de 1964 y del nuevo fenómeno creado por el discurso “teológico de la prosperidad” de los protestantes. En el gobierno Bolsonaro se presenta como el “mito” que acentúa peligrosamente el viraje conservador del país sometiendo a prueba la democracia brasileña y enfrentado la presencia de la globalización bajo el lema de “Brasil por encima de todo” en especial en los fuertes embates creados la epidemia del Covid – 19 y ahora en la guerra entre Rusia y Ucrania.
Ante esta acometida gubernamental en la actualidad cuando se inicia la campaña presidencial para el 2 de octubre resurge de las cenizas como el ave fénix el mito contrario del progresismo populista encarnado en el expresidente Lula. La radicalización de las dos candidaturas mitológicas sepulta las posibilidades de una tercera vía y aviva la guerra entre el capitalismo y el socialismo por el control del Brasil, el país más grande de América Latina, uno de los cinco mayores del mundo con una superficie de 8.516.770 km2, una población aproximada de 213 millones de habitantes y actualmente el más industrializado así como, el mayor PIB de la región, En suma, en las elecciones del Brasil se agudiza y dirime la guerra por control Sudamericano
.