Boicot: la palabra maldita del olimpismo que vuelve a pronunciarse

El presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), Thomas Bach, durante la inauguración de los Juegos Olímpicos de invierno de Pekín 2022. EFE/EPA/YONHAP/Archivo

 

Madrid, 7 feb (EFE).- La posibilidad de que los deportistas rusos y bielorrusos sean readmitidos en las competiciones internacionales y acudan a los Juegos Olímpicos de París 2024 ha vuelto a poner sobre la mesa el concepto más temido por el olimpismo, el boicot, una medida que nunca ha obrado a favor de la causa por la que fue convocada. La historia así lo demuestra.

Ni el boicot a Melbourne’56 (secundado por España) terminó con la ocupación soviética de Hungría, ni el de Montreal’76 acabó con el ‘apartheid’ en Sudáfrica, ni el de Moscú’80 puso fin a la presencia de la URSS en Afganistán. Con estos antecedentes, es poco realista pensar que un boicot a París 2024 acelerase el final de la guerra de Ucrania.

Los únicos perjudicados en los grandes boicots olímpicos del siglo XX fueron los miles de deportistas que tuvieron que aparcar sus sueños, y a veces poner fin a sus carreras, para obedecer los fines políticos de sus gobiernos.

UNA VIOLACIÓN DE LA CARTA OLÍMPICA

El boicot es una violación flagrante de la Carta Olímpica, la ‘constitución’ del deporte, que en su artículo 27.3 dice que todos los comités nacionales del mundo «tienen la obligación de participar en los Juegos de la Olimpiada, enviando a sus atletas».

Las consecuencias de no hacerlo son inmediatas. Lo sabe bien Corea del Norte, que no acudió a los pasados Juegos de Tokio 2020, ni siquiera por un boicot admitido como tal, sino con la excusa de «proteger a los deportistas del coronavirus», y que fue suspendido hasta el pasado 31 de diciembre de 2022. Sin fondos, sin ayudas, sin presencia internacional.

Los efectos de boicotear unos Juegos van más allá de esos Juegos y pueden lastrar deportivamente al país implicado durante años.

«El objetivo del Olimpismo es poner siempre el deporte al servicio del desarrollo armónico del ser humano, con el fin de favorecer el establecimiento de una sociedad pacífica y comprometida con el mantenimiento de la dignidad humana», dice la Carta Olímpica en su introducción.

«Como el deporte es una actividad que forma parte de la sociedad, las organizaciones deportivas en el seno del Movimiento Olímpico deben aplicar el principio de neutralidad política», añade.

UNA OPCIÓN QUE UCRANIA NO DESCARTA

La mera apertura a que los deportistas del país invasor, Rusia, y su aliado Bielorrusia acudan a los Juegos de París, aunque sea sin sus símbolos nacionales y con estatuto de neutrales, ha sido acogida con furia por el Gobierno ucraniano y por sus autoridades deportivas.

El presidente del Comité Olímpico Ucraniano, Vadym Guttsait, ha dicho que es pronto para formalizar una postura, pero ha admitido que Ucrania podría recurrir al boicot como «última instancia». El campeón olímpico de esgrima en Barcelona’92 no se imagina a sus deportistas compartiendo cancha con un rival ruso en París.

Volodímir Zelensky, presidente de Ucrania, no cree que exista «algo como la neutralidad cuando hay una guerra en curso».

«Ya sabemos cómo utilizan las tiranías el deporte para sus intereses ideológicos. Es obvio que cualquier bandera neutral de los deportistas rusos estará teñida de sangre. Invito al señor Thomas Bach (presidente del COI) a Bajmut para que vea con sus propios ojos que la neutralidad no existe», agregó en referencia al enclave de la región de Donestk donde los ejércitos rusos y ucranianos libran fuertes combates.

La alusión al boicot encendió las alarmas en el Comité Olímpico Internacional, cuya respuesta fue clara: «Es muy lamentable que se encienda la discusión con una amenaza de boicot en esta fase prematura. La participación de atletas neutrales individuales con pasaporte ruso o bielorruso en los Juegos Olímpicos de París 2024 aún no se ha debatido».

«La amenaza de boicot de los Juegos Olímpicos, que el CON de Ucrania está considerando actualmente, va en contra de los fundamentos del Movimiento Olímpico y de los principios que defiende. Un boicot es una violación de la Carta Olímpica», señaló el COI en un comunicado, en el que recordó igualmente que «en este momento no hay sanciones de Naciones Unidas en vigor contra Rusia y Bielorrusia».

MÁXIMA PRUDENCIA

La decisión de explorar vías que permitan al regreso a la competición de rusos y bielorrusos y la reacción a la postura ucraniana han sido difundidas por el COI en largos comunicados, con palabras muy medidas y datos para avalar su postura, incluidas resoluciones de Naciones Unidas.

La prudencia es máxima: no hay más declaraciones públicas por parte de los miembros del COI, nadie se sale del cauce oficial. Ni una palabra de Sergey Bubka, miembro del COI por Ucrania y encargado del Fondo de Solidaridad creado para el reparto de ayudas a sus compatriotas deportistas.

Las posturas son mucho más evidentes en la esfera política. Los gobiernos de Polonia, Lituania, Letonia y Estonia, países geográficamente próximos al conflicto bélico, lideran un movimiento contrario a la participación de rusos y bielorrusos en las competiciones internacionales. Pero incluso ellos creen que un boicot es una opción con pocas posibiliades de salir adelante.

El 10 de febrero se celebrará una reunión de ministros europeos de Deportes, convocada por el Reino Unido, para estudiar una postura conjunta ante la apertura propuesta por el COI.

Estados Unidos y Canadá se han mostrado dispuestos, con reticencias, a admitir la participación de rusos y bielorrusos bajo bandera neutral. En el caso de Estados Unidos, que organizará en 2028 los Juegos en Los Ángeles y que aspira a acoger los de invierno en Salt Lake City en 2030 o 2034, su alineación con la postura del COI entra dentro de la lógica.

LAS FEDERACIONES, A FAVOR DE LA READMISIÓN

La última palabra sobre la readmisión de los deportistas rusos y bielorrusos la tienen las federaciones internacionales, que en principio se han puesto al lado del COI.

Son las federaciones las que deben autorizar la inscripción de los atletas y regular su participación en los torneos preolímpicos, ya en curso en la mayoría de los deportes.

El 3 de marzo se ha convocado una asamblea de la Asociación de Federaciones Olímpicas de Verano (ASOIF) para adoptar una resolución. El Comité Olímpico de Ucrania ha admitido que intentará convencerlas para que fallen en contra de la readmisión. Y el ministro de Deportes de Rusia, Oleg Matitsin, ha señalado que que eso es «una injerencia» y un intento de tomar a las federaciones «como rehenes» para imponerles «condiciones políticas».

En cuanto a los comités nacionales, incluso los que son contrarios al regreso de rusos y bielorrusos, caso del danés, han reconocido que su posición es la minoritaria.

UNA DECLARACIÓN CONTRA LA GUERRA

Una de las condiciones impuestas por el COI para aceptar deportistas a rusos y bielorrusos es «que no hayan apoyado activamente la guerra».

Diversos colectivos han criticado la ambigüedad de esta premisa, teniendo en cuenta la estrecha vinculación del presidente ruso, Vladímir Putin, con el deporte de su país. ¿Acudir a una recepción de Putin es apoyar activamente la guerra?

El organismo olímpico ha tenido que reconocer que el concepto aún no está definido: «No se ha tomado ninguna decisión. Habrá que elaborar y decidir cómo podrían ser los detalles. Es prematuro responder a esta pregunta en este momento».

Una agrupación de deportistas bielorrusos críticos con su Gobierno ha dado la vuelta al asunto, al proponer que los atletas deban firmar una declaración contra la guerra para adquirir el estatuto de ‘neutrales’.

Pero ello obligaría a significarse a deportistas que quedarían señalados y que, aunque quizá ni vivan ni se entrenen en Rusia, tengan allí sus familias o sus negocios. No hay solución que no implique nuevos problemas.

CINCO GRANDES BOICOTS

La sombra del boicot parecía olvidada desde que en Barcelona’92 se logró la completa unificación del Movimiento Olímpico.

El primer boicot, en los Juegos de Melbourne’56, fueron en realidad tres. Uno, por la intervención en la península del Sinaí tras su nacionalización por parte de Egipto; otro, el secundado por España, por la invasión soviética de Hungría para sofocar la revolución democrática; y el tercero, decretado por China en protesta por la presencia de Taiwán en los Juegos.

En Tokio’64 no participaron China -por el mismo motivo-, Indonesia -sancionada por el COI-, ni Corea del Norte, en solidaridad con Indonesia, pero el siguiente gran veto fue el de los Juegos de Montreal’76, decidido por 29 países africanos como protesta por la admisión de Nueva Zelanda. Su equipo de rugby había violado las sanciones anti-apartheid al jugar un partido en Sudáfrica.

La invasión soviética de Afganistán fue el motivo aducido por Estados Unidos y su bloque para boicotear los Juegos de Moscú’80. Entre los ausentes, Alemania Federal, Japón, Canadá y Noruega. Solo participaron 80 países.

Como respuesta, y «por temor a la seguridad de sus deportistas», el bloque soviético boicoteó Los Ángeles 1984.

Finalmente, en los Juegos de Seúl’88 no se inscribieron los países aliados de Corea del Norte (Etiopía, Nicaragua, Cuba, Albania…).

En los Juegos de Invierno en Pekín de febrero de 2022, Estados Unidos y algunos de sus socios decretaron un ‘boicot diplomático’ para poner el acento sobre las violaciones de los derechos humanos en China, aunque no tuvo ninguna consecuencia deportiva.

 

 

 

 

 

 

 

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