Boconó: 459 años de estampa paradisíaca / Por: Elvins Humberto González

Sentido de Historia

 

Alberca de ensueño

 

Boconó, jardín de Venezuela, alberca del ensueño y de la primavera, mural policromo que se alarga en el paisaje, donde el »crescendo» del verdor escala las montañas y se riega por las lomas, acechado por los amarillos intensos y rojizos esplendentes, mientras los ríos Boconó y Burate, más sus quebradas integran la sonoridad de una serenata madrugadora, está de cumpleaños, arriba a 459 años de haber nacido como estampa paradisíaca en territorio trujillano para llenarlo de gracia y de leyenda.

Desde el 30 de mayo de 1563, se conmemora el inicio urbano de Boconó, un asentamiento y no fundación, producto de un «acto de rebeldía» -según los datos suministrados por Jesús Barreto Leal- liderada por Juan Segovia, quien omitió las órdenes de un nuevo traslado de la ciudad de Trujillo, que desde 1560 ya acampaba en el valle de Boconó. Es así como se va conformando el núcleo urbano, el cual más adelante, 1621, se oficializa, el pueblo de doctrina de indios, San Alejo de Boconó (datos encontrados por el Hermano Nectario María en el Archivo General de Indias.)

…Y apunta en una de sus obras Don Joaquín Gabaldón Márquez, hijo dilecto de la urbe encantada que, “Sucedió que la fertilidad y dulzura de la tierra, su opulencia agrícola, la abundancia de la población indígena, les indujeron a quedarse allí, en pasiva resistencia a la superior instrucción, con cuyo acto, dieron desde aquel momento, origen a una nueva población, que había de llamarse precisamente, la Villa de Boconó”. Así nació Boconó, bautizado años después por la palabra oportuna del Libertador Simón Bolívar «Jardín de Venezuela”. La ciudad tranquila y amorosa, con su viento y su paisaje, sus cascadas, pájaros y flores, con todo su historial de ayer y, su presente matriarcado de honda huella, marcado por la presencia fundamental de hijos e hijas que por esa tierra han labrado para hacer de Boconó, el jardín soñado.

Boconó es referencia poética, para la estampa de la serenata madrugadora con mandolinas, guitarras y violines. Villa bucólica de cascadas rumorosas, suaves serranías y vecindad de páramos, visitada a veces por la neblina envolvente que baja de los dominios del frailejón, para meterse en las hendijas de las casas y poner una nota de singular encanto a ciertas noches para el recuerdo imborrable.

Pero Boconó, comunidad de hombres y mujeres que han luchado a por sus reivindicaciones, sufrió la furia de los elementos de la naturaleza que les destruyó infraestructuras y parajes de la ciudad y asentó la angustia y el dolor por aquellas tierras. Fueron los propios hijos de Boconó los que lograron con esa nobleza, voluntad y afán de servicio que los caracteriza, resarcir esos daños de aquel trágico amanecer.

Boconó, monograma del sueño, te saludamos con el pensamiento que vuela por los aires como mensajes de solidaridad y afecto.

La santidad del entorno

Boconó tiene un mes de mayo muy especial, de vuelos amarillos cuando se revientan los olores, frondosos porque se desatan las cosas, el aire se desgaja en alborozos, los pájaros dejan regueros de color y las aguas se visten de ruidos. Se oyen los latidos de la hierba al crecer. Por todas las comarcas suenan violines, maracas y guitarras porque está de júbilo la Santa Cruz, también la Virgen sobre la que se riegan rezos, letanías y aleluyas en las capillas y altares hogareños. San Isidro, en trono de bueyes, flores y frutos, coge caminos de farra. También se alborotan los huéspedes del inframundo: surge el aparecido que silba, el hachero descarga su máquina de miedo sobre los cerros, las ánimas, lánguidas y vestidas de blanco, entre padrenuestros y avemaría, recorren senderos de penitencia bajo la luna, los “encantos momoyes” se escapan para asustar a los serenateros y las brujas enamoradas, bailan sobre los tejados. Brota un universo autónomo de lo fabulado y la lozanía le da a las cosas un corazón que no conoce reposo, donde el espíritu se eleva para rechazar la certeza de la muerte y el olvido.

Así es Boconó. Lo dicen los poetas cuya palabra es sagrada.

Boconó es pueblo, es barrio, es calleja, es la casa, en donde muchos se asomaron al mundo y en donde se fortaleció para siempre, desde las horas inaugurales de sus vidas, la voluntad de servir para un crecimiento infinito. Este, por tanto, es un testimonio augurio de cuanto somos desde la raíz.

Los afectos inapelables

Hay afectos inapelables. Que se acatan no solamente con absoluta entrega, sino con alegría, porque se saben dictados desde la identificación plena, por la consonancia de pareceres y conceptos. Tal es el caso de la voz de doña Lourdes Dubuc de Isea, gran dama del pensamiento venezolano, que ha derramado con lealtad y generosidad a su tierra trujillana y a su ciudad, esta Boconó siempre abierta a la sorpresa grata y a la amistad sin tacha.

Boconó ha sido pródiga en alegrías de la tierra, como llamaba don Mario Briceño Iragorry a la vocación agrícola, lo ha sido también en talentos. Claro, es imposible no elogiar a la ciudad, siempre tan grata a la mirada, tantos verdes distintos en las faldas de los cerros, la sonora vastedad de su río, el viento suave meciendo jirones de neblina, y siempre de trato tan gentil, de gente que al forastero, además de abrir las puertas de sus casas, abre con igual amplitud las del corazón.

… Allí se han vivido muchas veces momentos gratísimos. Aquellas que han permitido admirar la belleza y el hacer cultural de doña Miriam Sambrano de Urosa, ida en hora demasiado temprana; las remembranzas de don José María Baptista, el cronista de siempre; la alta palabra de hombres y mujeres del idioma, como Oscar Sambrano Urdaneta o Domingo Miliani, o la más íntima del poeta Saúl Villasmil, o la exquisitez de Josefa Zambrano Espinosa, la labor tesonera de Gladys de Gonzalo, o la más terrena de Aureliano González, quien con tanta gracia manejaba la anécdota y la historia, o la más telúrica de los campesinos en Tiscachic, olorosa a tierra fresca, a animales de campo, queso ahumado, a chimó, a miche, fuertes de díctamo real, amigos de San Isidro y devotos de San Alejo. Y, desde luego, las largas romerías por el folklore boconés, o como escribió el presbítero Juan de Dios Andrade: “Buscando en los haceres de Bolívar un modo de explicarnos, como individuos y como país, y lo que es más importante, dejándonos llevar por su inteligente y acuciosa mirada crítica a la inmediatez y el entorno”.

Boconó, feliz aniversario

Cerramos este especial, trayendo al presente las palabras de don Mario Briceño Iragorry: “Nunca alcanzará virtud creadora ni crecerá cuanto es debido en nuestro espíritu la noción de la Patria total, capaz de abarcar en su seno los destinos de mil diversos pueblos, si no se profundiza su raigambre en robusta individualidad de la Patria local, en el afecto inconmovible al pueblo, al barrio, a la calleja, a la casa, en fin, donde corrieron los tiempos sin igual de nuestra infancia».

Boconó es pueblo, es barrio, es calleja, es la casa, en donde muchos se asomaron al mundo y en donde se fortaleció para siempre, desde las horas inaugurales de sus vidas, la voluntad de servir para un crecimiento infinito. Este, por tanto, es un testimonio augurio de cuanto somos desde la raíz.

Más luego regresamos; nos echaremos al camino para encontrar las huellas, las que no se han perdido porque están indelebles en la memoria de la pupila y del corazón; las cuales siguen vivas como una llamarada; que están lanzadas al viento propicio como una tela colorida. Gentes y testimonios; montañas y calles; aromas y luces; ríos y nubes; pasos y vuelos; ruidos y músicas; piedras y maderas; mujeres y hombres; lo nuevo y lo tradicional; para convenir que Boconó es una heredad para pulsar el sentimiento de la plenitud y respirar nuevas fuerzas, y seguir cultivando la esperanza que fructificará en senderos seguros. Así es Boconó. ¡Feliz Aniversario!

 

 

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