A mediados de la semana que finalizó fue presentado en el Salón Pitijoc de la Alcaldía de Rafael Rangel, el libro del Arquitecto Eduardo Segundo Zambrano Rivero, obra que versa sobre el Betijoque de 1611, historia documentada de los primeros moradores trujillano, donde también se conoce la fecha exacta, según la investigación que realizó el arquitecto, en los Archivos de Indias, sobre la fundación de Betijoque un 20 de mayo de 1611, hecho del cual se cumplen este lunes 20 de mayo del 2019, 408 años
El Arquitecto Eduardo Segundo Zambrano Rivero, profesional de reconocidos méritos de la tierra cuna de Santos y Sabios que se ha dedico a investigar sobre los orígenes de los primeros pobladores, que ha recogido en una obra que publica el Instituto de la Cultura y las Artes del Estado Trujillo, Fondo Editorial Arturo Cardozo, siendo según el autor, la historia documentada de los primeros moradores trujillanos
Este libro según lo dijo el arquitecto e investigador, apasionado de la historia, tiene como tesis fundamental fijar el poblamiento temprano de Betijoque, cuya fundación data desde el 20 de mayo del año 1611, es decir que este lunes, 20 se están cumpliendo 408 años del acontecimiento, que recoge el libro en mención, siglo y medio antes que cualquier crónica lo mencionara, precisa el escritor, arquitecto e investigador.
La investigación, deja constancia Eduardo Zambrano Rivero, es producto de una exhaustiva revisión de las páginas del Archivo General de Indias, relativas a los folios sobre “Botijoque”, donde al autor pone al descubierto algunas omisiones que a la fecha las crónicas populares y oficiales no reflejaban, sobre la historia de la antigua provincia de “Truxillo” dentro de este periodo.
Palabras
En el acto hubo palabras de Jonathan Briceño, Director del Instituto de la Cultura y las Artes del Estado Trujillo y de Gustavo Salas, Director de la Casa Histórica Rafael Rangel y miembro de la Comisión de Patrimonio Histórico del municipio Rafael Rangel.
La investigación
Producto de la investigación realizada por el autor del libro, este señala que toda sociedad es mestiza, producto de sus migraciones, de sus mezclas culturales, ellas aportan costumbres, idiomas, creencias y demás elementos que las hacen “homogéneas” dentro de la “heterogeneidad” de sus individuos y etnias.
“Tenemos cinco siglos de vida americana, ya no somos adolescentes como para seguir culpando a los demás de nuestra falta de conciencia social; entendemos los extremos, de los que se creen áridos de la sangre castellana y culpan a sus abuelos de su infortunio cultural actual; o de los que se creen nobles y tienden a desconocer su legado patrimonial con cinco siglos de peso. A ellos los entiendo, no los comparto”.
“El crecimiento se logra cuando sabemos de dónde venimos, quienes fuimos, cómo lo hicimos, por qué nacimos y cómo lo mejoramos; y este trabajo contesta la primera parte. La asimilación de una nueva cultura no es un acto de solo inclusión o exterminio de otra, es integración, con la salvedad que esa cultura dominante no reemplaza los valores de la otra tolerante, sumisa o esclava; eso no se ha logrado en seis mil años de historia humana; al contrario, si de algo podemos estar seguros es que la opresión y conquista humana es cíclica”.
La influencia de otras culturas
“Hoy por hoy, los egipcios viven con nosotros, en la pasta de diente, en la cerradura del hogar, en el maquillaje y corte de cabello, en los preservativos; de los babilonios tenemos la división de las horas en 12 partes y el invento de la docena; de los griegos el teatro, las matemáticas, la filosofía y el deporte organizado; de los romanos heredamos el calendario, las calles, los estadios, las plazas y parques; de los árabes poseemos parte de nuestro lenguaje, la aritmética y la geometría, nuestros apellidos; del castellano heredamos su religión, su música y una gran parte de su idioma. Del África, el tambor, los instrumentos de cuerda y su fabricación, el ritmo de caderas único en el mundo, derivado en la música más sabrosa del planeta, la salsa”.
La herencia de nuestros abuelos
“Y de nuestros abuelos íncolas, heredamos el conocimiento de la siembra y el riego, diariamente nos sentamos en la mesa y desayunamos o cenamos con arepa, casabe, yuca; invadimos el planeta con chocolate, y nos empachamos con chicha; heredamos el orgullo de nuestros caciques, su fortaleza, bailamos y cantamos y aun fermentamos el licor de maíz. Más del 70 por ciento de nuestras ciudades poseen nombres de indígenas y todos nuestros cerros son toponimia indígena. Los genes nativos de la nación indígena siguen siendo tan dominante, que hasta hoy, nueve de cada diez mujeres andinas, descendiente de los Tatuy, mucu, timotes, arrullan su cabello en una trenza simbólica y la posa sobre su pecho, emblema de no desposada”.