Barbarito Diez y el danzón cubano en Valera / Por Jesús Matheus Linares

Sentido de Historia

 

 

Valera es única, es olor a café, a vida, a sudor, a solidaridad y hermandad, a trabajo, a diversión, y así ha sido desde siempre, por eso la ciudad de las siete colinas tiene una magia con las personas que la conocen por vez primera y no quieren irse, y los que la visitan una vez, escríbalo, vuelven, porque la afabilidad del valerano, es única.

Recuerdo el año de 1985, cuando a mediados de noviembre se presentó el “Diablo de la Salsa” Oscar De León, con Barbarito Diez, -ese célebre y consagrado cantante cubano que popularizó el danzón junto a otro inmortal Benny Moré-, en nuestras cálidas tierras, en el estadio de Valera, “Mario Urdaneta Araujo”, había pocas personas en el coso local. No llegábamos a 300.

No entendía cómo tan singular espectáculo tenía pocas personas, era sábado, la entrada tenía un costo de 300 bolívares, cara para la época. Yo venía de Caracas, de culminar el semestre en la Escuela de Comunicación Social y me fui al concierto, patrocinado por una marca nacional de ron. Allí estábamos, el recordado amigo Rubén Darío González, Noé Carrizo y Mauro Rangel, luego de la presentación de las dos orquestas, recuerdo que fuimos donde estaba Barbarito Diez, y la Orquesta Aragón. Amablemente tuvimos un intercambio de palabras, e incluso, quedamos a darles “una botella” –en Cuba se le dice así a una cola o aventón- y los llevamos a la venta de pollos que está en la avenida Bolívar, al lado de la Torre Unión. Allí, los músicos antillanos y el propio Barbarito, degustaron en forma sibarita los pollos que se sirvieron y varios cuarticos de leche ¿Se acuerdan que antes expendían leche líquida de un cuarto de litro? Daba gusto verlos comer. De allí fuimos a San Isidro, a la casa del “Mocho” Lisandro, quien nos dispensó una bebida espirituosa. Era otra Valera, y llegábamos donde Lisandro y muy atento él mismo nos atendía. Luego fuimos al Motel Valera a dejar a los músicos. El registro hemerográfico de la prensa local valerana es el mejor testimonio de esta historia. Era algo increíble haber compartido con uno de los mejores cantantes cubanos de todos los tiempos.

Barbarito Diez y la Orquesta Aragón, luego grabaron por ese mismo tiempo un álbum con la Rondalla Venezolana. Recuerdo una de las canciones del cantante antillano, “Linda merideña”, una interpretación muy singular que quedó para la historia de la música venezolana.

 

 

 

Otro de esos recuerdos sibaríticos en esa Valera, de nuestra época estudiantil, lo tenemos en el sector El Bolo, justo en la avenida nueve, luego de la antigua sede del diario El Tiempo, ya llegando a “El Bolo” había un local, “El Camping” atendido por el popular Enrique, cuando eso, se vendía en las cervecerías valeranas una espumosa venida desde San Cristóbal conocida como “Cardenal”, tenía 7,5 de alcohol. Su precio estaba entre dos a 2,50 de bolívares, con apenas unas cinco “birras” ya estábamos listos para destapar las pepitonas con salsa picante y las galletas de soda; como todos éramos estudiantes, el presupuesto era limitado y muchas veces recurríamos al empeño de lapiceros, llaveros o relojes para saldar la deuda producto de la “farra” estudiantil. Allí aprendimos el respeto y la seriedad de los compromisos adquiridos.

Valera era una ciudad afable, todos, prácticamente nos conocíamos. El respeto era uno de los valores inestimables de sus ciudadanos. Caminábamos la ciudad de arriba abajo y siempre había una mano amiga, que nos tendía cariñosamente el saludo y la solidaridad. Son recuerdos que en estos tiempos traigo a colación para que las nuevas generaciones entiendan ese decir muy propio de la urbe: “Valera, valerá”.

jmateusli@gmail.com

 

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