Por: David Uzcátegui *
En medio de este país sin rumbo que es la Venezuela actual, quizá una de las razones que tenemos los venezolanos para alarmarnos más es la ausencia absoluta de propuestas sensatas y coherentes, que permitan a nuestro país salir de la complejidad de una crisis de semejantes dimensiones.
Porque ya no se trata sencillamente de que estamos pasando el peor momento de nuestra historia como República, sino, además, de que desde hace mucho rato ya se ve difícil ver una luz al final del túnel.
No sabemos si es la misma complejidad ya mencionada la que ha atentado contra la creación de alternativas a este universo frustrante que atravesamos, o es el cansancio frente a un revés que ya se ha prolongado demasiado lo que ha terminado por devaluar la discusión sobre nuestro presente y nuestro futuro.
Si buscamos las definiciones de política, estas son alguna de las que encontramos: “Ciencia que trata del gobierno y la organización de las sociedades humanas, especialmente de los estados”.
Sí, estamos hablando de una ciencia. De una ciencia social. De una ciencia que quizá no pueda ser tan exacta como la matemática, ya que su objeto de estudio es el ser humano y, por lo tanto, está sujeta a las altas y bajas que son inherentes a nuestra naturaleza.
Nos caracterizamos por nuestra diversidad, complejidad, variabilidad e inmaterialidad; pero por ello la política no deja de tener principios y fórmulas que ayudan a sacar adelante a una sociedad, cuando se usan adecuadamente.
Sin embargo, volviendo a la definición que nos ocupa, la política se ocupa básicamente de la organización de las sociedades, y es aquí donde vemos el enorme fracaso de los políticos en la Venezuela actual. Una Venezuela donde el caos es lo que gobierna.
Estamos en un país donde 6,8 millones de sus habitantes han emigrado. Esto es casi el 25% de su población. Uno de cada cuatro venezolanos. Es la comprobación más lapidaria de que no hay fe alguna en la dirigencia actual ni en una perspectiva de futuro inmediato que nos pueda sacar de este agujero negro.
Aquí, cualquier trabajador se gasta un dólar en dos pasajes al día, para ir y venir de su empleo. Eso hace un total de $20 al mes, mientras el sueldo mínimo es de $17. Es decir, lo que se gana no cubre ni siquiera el transporte necesario para laborar. No hablemos de otras necesidades y derechos, como techo, comida, salud y educación.
Con estos dos sencillos, pero demoledores ejemplos, ¿es necesario ahondar en el nivel de caos que padece Venezuela? ¿Necesitamos subrayar el fracaso estrepitoso de la clase política venezolana?
Un país con semejante ausencia de rumbo es consecuencia de una clase política que está muy por debajo de su responsabilidad.
Lo que vemos es una clase dirigente ocupada en generar tanta propaganda como sea posible para ocultar el fracaso que ha significado su conducción del país, en crear consignas huecas que pretenden conducir a las masas según una voluntad que se cree omnipotente, y en pelear entre ellos por parcelas de poder.
Porque si algo hemos visto en estos años es la fragmentación de la clase poderosa. Pero no por principios o valores, no porque todo esté saliendo mal, sino por cuotas y egos.
Y lamentablemente, del lado de la oposición no lo estamos viendo mejor. Es necesario hacer esta autocrítica, porque es obvio que no se está construyendo una alternativa política a la altura de la tragedia nacional.
El fracaso reiterado ante el intento de constituir una propuesta efectiva de poder ha desgastado también al otro sector alternativo de dirigencia. Acusaciones, culpas, peleas por una botella vacía, por cuotas de un poder que aún no se tiene y que luce cada vez más esquivo, han terminado por minar a quienes se habían presentado como unos posibles componedores de la desgracia actual.
Se ha pisado el peine de la intriga, de la división. Y se carece cada vez más de una propuesta que se ha debido ir construyendo en estos años, contra la cual han atentado todas las adversidades, incluyendo las que han crecido en lo interno de lo que ha debido ser una alternativa al error histórico que actualmente conduce al país.
Con quienes han ejercido el poder por tanto tiempo y de manera tan equivocada, ya no tenemos esperanza alguna. Han tenido suficientes oportunidades para rectificar y jamás lo han hecho. Han lanzado al basurero toda la confianza que les fue otorgada una y otra vez. Ahora se aprovechan de una sociedad exhausta para seguir en el timón de mando por simple inercia.
Al liderazgo alternativo toca hacerle un llamado para dejar de lado los egos y las agendas personales. Toca la evaluación, reconstrucción y re-imaginación de todo lo que hemos hecho hasta ahora. El reto es gigantesco y no tenemos otra alternativa que estar a la altura. Es una tarea en la cual no podemos fracasar.
*Licenciado en Administración.
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