Autopsia de la universidad autónoma

Camilo Perdomo

 

“Yo soy inaccesible al miedo. Tengo estragado el paladar del alma… ” Shakespeare, en Macbeth

Las contradicciones son un signo claro del proceso constituyente de 1999. Por lo menos en cuanto a cumplimiento de la Constitución allí promulgada. El caso de la autonomía universitaria es una muestra imborrable para la historia contemporánea. Veamos: la Constitución de 1961 no contempló rango autónomo para las casas de estudio más antiguas, la de 1999, en cambio, sí lo fijó. El dato a seguir es que la ley de Universidades no fue afectada con el texto de 1961. Hubo excesos como allanamientos, pero su proceso electoral interno no fue afectado.

Hoy, cuando hay rango constitucional desde 1999, y una Ley de Universidades sin anulación o cambio, ese proceso electoral es afectado cuando la idea de comunidad universitaria (en la ley vigente se define por cogobierno de estudiantes y profesores) se asimila a una Alcaldía o presidencia de Venezuela, donde todos votan. ¿Cuál es la razón jurídica equilibrada (no influenciada por la idea de partido gobernante) para pasar sobre el rango constitucional vigente, pero sin antes definir o dar la noción de comunidad votante? ¿Pudiera ser ignorancia de los magistrados actuales? Lo dudo pues varios de ellos, uno lo supone, pasaron por una universidad autónoma. La razón entonces no parece ser jurídica, sino una semiótica del poder no equilibrado: “Nos da la gana y, punto”. La esencia de lo universitario desde el viejo principio moderno de la autonomía es sencillo: debate, argumento, reflexión. Lo otro es olvidar cómo nacieron las universidades frente al abuso del oscurantismo sectario-religioso.

Hoy escribo sobre la autopsia de la universidad autónoma, esa misma que fue refugio de muchos predefinidos antisistema y que hoy demuestran un desprecio por su autonomía. No niego su crisis interna, también entre nosotros la idea de autonomía acumuló vicios como creerse un Estado dentro de otro Estado, sus debates se ignoraron y el pensamiento se echó a un lado. Esto es brutal decirlo, pero desengáñese amigo lector, muerto el pensamiento ya no queda nada para batirse en la Universidad, salvo defender el principio constitucional de 1999. Sin esa idea, cualquier propuesta de Liceo será impuesta desde una voluntad de poder nada distinta de los totalitarismos. Pienso más lejos de esa dañina práctica de “voy a dar clase”. Un gran bostezo de aburrimiento inunda el espacio universitario y por eso los burócratas de turno se ríen, porque tienen el camino libre parar sus pecadillos y fechorías bien justificadas.

De allí que cuando medio se dan debates o solicitudes de asambleas, todo el movimiento sea atrapado entre quienes quieren permanecer y los que aspiran a ocupar los oxidados puestos de dirección. Pero un tribunal máximo de una sociedad, así no estemos de acuerdo en su legitimidad, pasa a ser agente de la crisis política (hasta para el gobierno que defienden) con esa orden de elecciones sin antes definir (y esto es importante) qué se va a entender por comunidad universitaria. Saque sus conclusiones.

Salir de la versión móvil