Los que destruyeron a Venezuela, ¿son los que ahora la van a reconstruir? ¿Aumentando las dosis de las mismas medicinas que siguen agravando la enfermedad? ¿Acelerando la marcha, a paso de vencedores, hacia el abismo? Los que nos mintieron descaradamente ¿van a garantizarnos una Comisión de la Verdad? Los que actuaron caprichosamente y no vacilaron en recurrir a todos los medios, incluso la represión más feroz, ¿van a ser ahora los que otorguen cartas de buena conducta? ¿Está siendo en verdad la Constituyente un lugar para el debate libre y la solución de los problemas o un instrumento del gobierno para atornillarse en el poder y castigar a los opositores? ¿Acaso no hay entre los constituyentistas espíritus libres y valientes que se opongan a esta comedia? ¿Dónde están todas esas personas que, en las propagandas obligadas, nos pedían el voto y nos prometían soluciones a los problemas?
Se nos dijo y repitió que la primera tarea de la Constituyente era enfrentar el problema económico y mitigar el desabastecimiento, la inflación y el hambre creciente a pesar de que la Presidente de la Constituyente, Sra. Delcy Rodríguez, la niegue. ¿Dónde vive esa señora? ¿Acaso no ha visto a las personas rebuscando en los pipotes de basura? ¿Acaso no le duele la angustia de tantas madres que no tienen que darles de comer a los hijos? ¿Sabrá que un plátano, una papa o un tomate valen más de mil bolívares, y un kilo de carne más de 22 mil?
Los constituyentistas insisten, con una seriedad de neoconversos, en la necesidad de superar el modelo rentista y sustituirlo por un modelo productivo. Parecen ignorar que en estos años de desgobierno destruyeron el aparato productivo, saquearon el país, y no sólo no fueron capaces de resolver alguno de los problemas esenciales, sino que los agudizaron todos. Hablan de superar la dependencia petrolera, y favorecen políticas para aumentar la dependencia minera, sin importar los daños a la ecología ni a los pueblos indígenas que está ocasionando el arco minero. El milagro de la revolución bolivariana ha consistido en convertir al país más próspero de América en el más miserable. En estos dieciocho años ha aumentado la corrupción y la delincuencia; somos el país con la mayor inflación del mundo; crece cada día el hambre y la miseria; mueren los enfermos por falta de medicina; y unos dos millones de personas han salido del país por no ver aquí posibilidades de vida digna. Además, nos están aislando del mundo, pues varias líneas aéreas se niegan a volar a Venezuela. Hasta Haití tiene más vuelos internacionales que nosotros.
Pero lo más grave de todo es que invocando el socialismo bolivariano o el socialismo del Siglo XXI, han logrado que en Venezuela se imponga el neoliberalismo más salvaje, es decir, la ley de la oferta y la demanda más despiadada. Los que logran conseguir alimentos o productos a precios regulados, se aprovechan de la escasez por la falta de producción, y los revenden hasta diez veces o más su valor y, si uno se queja, levantan los hombros en un gesto de total indiferencia como diciendo “Usted verá, si no le gusta el precio no se lo lleve”. Si esto no es neoliberalismo salvaje, ¿qué es entonces? ¿Entenderán que de nada sirven los controles si no hay producción?
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