Sustituir la cultura rentista por una cultura de la productividad y el emprendimiento, va a suponer profundos cambios en la actual educación que enseña a reproducir más que a producir; a responder, repetir y copiar más que a preguntar, innovar y crear. Hay que pasar del aprender repitiendo al aprender creando. La escuela actual, raíz y fruto de una sociedad rentista y subsidiada, debe dar paso a una escuela productiva, germen de una sociedad de productores y emprendedores.
Detrás de cada milagro económico de países que lograron superar la miseria, aparece siempre un pueblo que tomó en serio su capacitación y formación e hizo del trabajo responsable y bien remunerado el medio fundamental para levantar el país. En Venezuela necesitamos con urgencia una educación que siembre el valor del trabajo, de las cosas bien hechas, de la responsabilidad, de la productividad. Pero no se trata de señalar la importancia del trabajo o proclamar la necesidad de producir. Ni es suficiente poner unos talleres o conucos escolares y pensar que con eso está resuelto el problema. Es algo mucho más complejo y difícil. Se trata de entender que toda actividad educativa debe ser una actividad productiva, lo que va a suponer asumir el trabajo como un valor fundamental y optar por una pedagogía activa, del hacer, y por unos determinados valores como puntualidad, esfuerzo, creatividad, participación, innovación, responsabilidad, búsqueda de la excelencia en todo. No es cuestión de decirle al alumno que sea curioso, creativo, trabajador, servicial…, o hacerle recitar las características de la curiosidad, la creatividad o el servicio; sino de insertar esos valores en la práctica educativa, de modo que se vivan en la cotidianidad. Si queremos alumnos curiosos, críticos, creativos, trabajadores, emprendedores…, la labor educativa tiene que ejercerse en un ambiente que promueva la curiosidad, la criticidad, la creatividad, el trabajo, el emprendimiento… De ahí que el énfasis tiene que ser no sólo educar para el trabajo, sino educar en y para el trabajo, en y para la productividad, en y para el emprendimiento. De nada sirve predicar la creatividad con una pedagogía penetrada por la rutina, la repetición, las copias. No es congruente proclamar la criticidad con una pedagogía que impone el pensamiento y favorece las respuestas iguales. No sirve alabar el trabajo y luego perder el tiempo, suspender clases por cualquier motivo, o dedicarse a actividades rutinarias e improductivas. Sólo se aprende a trabajar, trabajando, y a producir produciendo.
Una educación en y para el trabajo y la productividad debe enseñar a aprovechar bien el tiempo, a buscar calidad en los productos, a valorar al trabajo y al trabajador, y despreciar a los parásitos que viven sin trabajar, es decir, que viven del trabajo de los demás. Debe premiar a los productores eficientes y combatir la mentalidad limosnera que espera que se lo regalen todo sin poner como contraparte el esfuerzo y el trabajo. Cuánta falta nos hace tomar en serio el clamor de Simón Rodríguez: “Yo no pido que me den, sino que me ocupen; que me den trabajo. Si estuviera enfermo, pediría ayuda. Sano y fuerte debo trabajar. Sólo permitiré que me carguen a hombros cuando me lleven a enterrar”.